El diccionario de la Real Academia, ese al que tan poco en cuenta tenemos, dice que malversar es «apropiarse o destinar los caudales públicos a un uso ajeno a su función». En su primera acepción y sin más explicaciones. Para los que no lo entiendan: que no distingue entre los que malversaron para enriquecimiento personal o para ganancia de familia, allegados y sueños imposibles.
Aprovechando la tormenta por la transformación del delito de sedición al de desórdenes públicos agravados, el Gobierno, ya sabemos que empujado, pero el Gobierno al fin, va a abordar el asunto de la malversación aunque diferenciando el castigo en función de que haya o no enriquecimiento personal. Que es una manera de marear la perdiz como otra cualquiera. La reforma comenzó a acelerarse esta semana en el Congreso con la idea de que pueda estar culminada antes de que acabe el mes y así, de una tacada, sacarse de encima dos problemas. Curiosamente, y no hay por qué pensar mal, relacionados ambos con los señoritos de la revolución catalana.
Podríamos estar horas discutiendo, sin alcanzar un acuerdo, si una declaración de independencia es un delito o no. Y si lo es de sedición, por muchos incidentes que se produzcan. Y podríamos mirar a nuestro entorno geográfico para ver lo que hacen otros países. Pero indiscutible resulta la malversación, sea para lucro personal o para los de al lado. Porque malversar es defraudar, desfalcar, engañar y apropiarse. Y robar. Lo mismo tiene, llamémosle como le llamemos.
Porque un malversador siempre se favorece de su acción. Siempre. Tratan de justificar la condena de José Antonio Griñán y otros cargos andaluces con el peregrino argumento de que ni un euro de los cientos de millones que sustrajeron de las arcas públicas fue a sus bolsillos. Pero olvidan que se enriquecieron de otra forma. Beneficiándose al lograr los favores electorales de los subvencionados con los ERE, lo que les permitió ganar y ganar elecciones, que es un enriquecimiento profesional, laboral y económico. Y continuado.
Como en el caso de la reforma de la sedición, el Gobierno puede tomar la decisión que mejor le parezca. Para eso gobierna con el beneplácito de las urnas. Que parece que algunos lo olvidan a diario. Y por eso es libre de reformar el delito de malversación por considerar que el del PP de 2015 está redactado de forma vaga, genérica, dando lugar a interpretaciones abusivas. Tan libre como de darle un chapuzón a todo el Código Penal.
Pero si lo hace, como lo va a hacer, no estaría de más que en estos tiempos, tan revueltos como inciertos, dejara de hacer piruetas y afrontara sus decisiones con valentía. Mirándonos a la cara y hablando claro. Sin trilerismo. Ni tretas verbales. Porque tratar de decirnos que no es lo mismo robar para uno que para los demás no deja de ser un juego de palabras, más propio de Chikilicuatre que de un Gobierno democrático y legítimo.