Nunca había reparado en los delitos de sedición y rebelión, de hecho no ha sido hasta hace bien poco que me he enterado que yo misma pudiera ser una sediciosa al impedir, por ejemplo, el desalojo de un vecino de su vivienda. Incluso albergo algunas dudas sobre si podríamos acusar de sedición a los políticos que bloquean la renovación del CGPJ con el noble fin de preservar el delito de sedición.
La sedición refiere más la forma que el contenido, y así, como decía Erika Jaráiz el lunes en el programa de Barreiro, podríamos encontrarnos que en España, a día de hoy, trataríamos de sediciosos a Luther King o Mandela.
Digo esto para señalar mi acuerdo con la reforma del delito, aún sin compartir la oportunidad de la reforma. Y es ahí donde está el problema de Sánchez, no en la reforma del delito, sino en su oportunidad.
Mentiría si dijera que las razones de Sánchez son otras que la exigencia de ERC, y creo que eso es lo que molesta a la mayoría de los españoles. Por eso resulta estratégicamente absurdo ceder a tal exigencia y poner en riesgo a Sánchez cuando más cómodo se encontraba en el cuerpo a cuerpo con Feijoo.
El problema es que ERC está jugando su partido en Cataluña y no en España, apurando el Gobierno catalán hasta los límites, y tratando de que el votante histórico de CiU vea en ERC al guardián del procés.
A Sánchez sus socios le han embarrado la pista de despegue; a Feijoo, sin embargo, se la embarran desde dentro, a fuerza de mensajes y de desmentidos sobre la intencionalidad de los mensajes. Por eso, que en el momento más débil de su viaje se haya encontrado un bastón proporcionado por el propio Sánchez resulta milagroso; y no le queda otro camino que agarrarse a él y hacer exactamente lo mismo que harían Casado o Ayuso, irse con todo contra Sánchez y volver al conflicto catalán como cleavage de la política española. Aunque eso pueda volver a darle oxígeno también a Vox.
Ese no era el camino de Feijoo, al menos el que algunos esperábamos, cuando lanzó su candidatura a la presidencia. Se presentó como la experiencia de gobierno, como la opción propositiva, moderada y negociadora del PP, pero no contaba ni con la solidez de Sánchez en el debate, ni con las dificultades internas que tenía ese camino, y mucho menos con lo fácil que era ceder a la tentación de la confrontación, sobre todo cuando te la sirven en sutiles mensajes. Sánchez ha cometido un error estratégico importante, pero Feijoo ha elegido el lado oscuro de la política, el que solo lleva a estimular las vísceras de los ciudadanos, que no tiene otro objetivo sino el poder. Pero Feijoo ya había aprendido esto en Galicia a golpe de Audi.
Lo peor es que, a base de estimular las vísceras, los ciudadanos encontramos más satisfacción en que el adversario político acabe en la cárcel que en reconstruir la España que soñaron los padres y madres de la Transición, esa generación que vivió las miserias morales y políticas del franquismo y supo, a pesar de eso, reencontrarse. ¿O alguien cree todavía que a esa España llegaremos metiéndonos unos a otros en la cárcel?