Dicen que ese acto logrado que son las croquetas, las inventó un aristócrata francés encargado de la cocina de Luis XIV, un tal Louis de Bechamel, y con esto ya está todo dicho, porque el alma de las croquetas es la «madame Bechamel». El rebozado, para poder darles el punto óptimo de temperatura y los infinitos rellenos que admiten, hace que, en su sencillez, sean un abismo de sabores y texturas.
Las croquetas son el huevo primigenio de todos los canapés, auxilio festivo de hambrunas de la posguerra y delicias gourmet en cenáculos pijos.
Las croquetas son un invento gabacho que asimilamos cuando nos invadieron durante la Guerra de la Independencia, así que suyos son el honor y la gloria de tan inmortal alquimia; sin embargo, los franceses no ostentan el galardón de hacer las mejores croquetas. Decía doña Emilia Pardo Bazán: «Las croquetas al aclimatarse a España han ganado mucho. La croqueta francesa es enorme, dura y sin gracia. Aquí al contrario, cuando las hacen bien, se deshacen en la boca de tan blandas y suaves».
Los catalanes dicen que no inventaron el champagne pero que ellos fueron indispensables para su creación, porque fue un peregrino catalán quien descubrió a dom Pérignon el uso del corcho para tapar las botellas sin que estallasen.
Con las croquetas pasa un poco lo mismo, el alma es la bechamel, pero el cuerpo es el relleno y los rellenos ibéricos son imbatibles, igual que el aceite de oliva dónde las freímos.
Las croquetas son la magdalena de Proust, de todo aborigen; de hecho, el sabor y la textura de «las croquetas de mi madre» son un escapulario que llevamos todos colgados del paladar.
El carácter bonachón e integrador de la croqueta hace que, a veces, la engañen y maltraten con rellenos imposibles que, vista la noticia de hace unos días, pueden ser hasta criminales. Resulta que hace poco detuvieron en Zaragoza a una mujer que había rellenado las croquetas con tranquilizantes y se las había dado a su expareja para, posteriormente, limpiarle todo el dinero de las cuentas bancarias. Me parece intolerable profanar unas croquetas para un fin tan innoble. Cuando alguien te quiere envenenar siempre hace lo mismo: te echa el veneno en lo que nunca desdeñas, el whisky, el café, la sopa y ahora también en las croquetas, como ya pasó con el entrañable Cola-Cao.
Contaba alguien que, después de llevarse a casa a dos señoritas de vida alegre, arramblaron con todo lo que tenía de valor. El relato pormenorizado finalizaba con un acusatorio: «Y me echaron droja en el Coca-Cao».¿Quién va sospechar de un Cola-Cao o de una croqueta?
Es un crimen perfecto e inevitable.