Estoy muy emocionado con el detalle que han tenido la FIFA y el emir de Catar al hacer coincidir la inauguración del campeonato con el aniversario de la muerte de Francisco Franco, en un guiño inequívoco a la selección española. Si en vez de ayer el evento se hubiera producido el viernes pasado, hubiera podido celebrarse en los campos el centenario de la muerte de Marcel Proust, que ocurrió el 18 de noviembre de 1922. Marcel, como Franco, se murió en la cama, pero en realidad llevaba en ella quince años, escribiendo una novela en siete tomos de la que se acostumbra a decir que trata de la descripción y final ingestión de una magdalena. La verdad es que la obra trata de mucho más que eso. Para seguir el mundial no hace falta más que encender la televisión, pero para leer En busca del tiempo perdido, que así se llama la obra del escritor francés, hay que entregar una parte de la vida, como quien emprende un largo viaje o se interna en un monasterio. Uno quisiera escribir aquí que cuando termine el Mundial habría que leer a Proust, pero es una pretensión tan imposible que yo mismo me rio de la tontería. Es un brindis al sol. Una situación tan extravagante que solo se parece a lo que ocurre en el lugar al que cae Alicia. Es tan disparatada como si un país con menos población que la gallega, con las mujeres escondidas en los armarios y sin la menor afición al fútbol organizase un campeonato mundial y acudiesen los grandes héroes de los lejanos confines del planeta. Es, en fin, un disparate.