La sangre de la economía
OPINIÓN
Decía, con buen criterio, Antonio Garamendi que la banca es la sangre de la economía, y no seré yo la que le lleve la contraria, máxime en estos días en que parece que los bancos acuden al rescate de los ciudadanos ante la subida de las hipotecas. Pero la verdad es que siempre que hablamos de la banca me viene a la memoria aquel dicho de que cuando le debes 50.000 euros al banco, tú tienes un problema, y cuando le debes 50 millones, el problema es del banco.
Acepto de antemano que un banco es un negocio, y que una buena parte de ese negocio se realiza a través de los préstamos; pero no acepto que alrededor de los préstamos se construyan obligaciones periféricas que incrementan el coste que soportan las familias o los pequeños empresarios.
Cualquiera que haya pedido un crédito hipotecario se ha encontrado con las condiciones de depósito de la nómina y contratación de un seguro a la entidad impuesta por el banco, además de otros productos periféricos; y si un pequeño empresario solicita un crédito para su sociedad, se ve obligado a avalar el préstamo con su patrimonio personal.
Hace poco comentaba este tema con la directora de una oficina bancaria que me decía que, para ellos, si el empresario no confía en su empresa, tampoco el banco puede confiar. Y es ahí donde comienza la perversión del sistema, es legítimo que el banco cobre por asumir un riesgo, no lo es obligar a un pequeño empresario a prescindir del margen de seguridad que le da su sociedad limitada y obligarle a poner en riesgo su patrimonio personal.
Eso no les ocurre a las grandes empresas que refiere el señor Garamendi, les ocurre a los hosteleros que están cerrando sus negocios, a los pequeños comerciantes y a muchas familias de clase media.
Hoy el riesgo está en la capacidad de las familias y de las pequeñas empresas para soportar los costes de financiación del incremento del gasto ordinario. Y en ese sentido, el desplazamiento temporal de los intereses hipotecarios es una buena medida, pero no supone un esfuerzo para la banca; al contrario, aliviará a las familias, pero la banca tendrá más ingresos.
Necesitamos más medidas orientadas a contener el incremento de los costes ordinarios de las familias y de las pequeñas empresas, como la reducción del coste del transporte. Pero de nada sirve digitalizar un comercio que mañana va a tener que cerrar; consigamos primero no cerrar los negocios y después digitalicemos.
Y mientras las familias y los pequeños empresarios están en esta situación, algunas grandes empresas y la banca obtienen fuertes beneficios, también el Estado recauda más impuestos. Es hora de exigir que todo ese exceso de beneficios ayude a los que más padecen la crisis, no que se queden en el bolsillo de los ciudadanos, como dice el PP, porque entre los ciudadanos no todos los necesitamos de igual modo. Que vayan a las familias que los necesitan y al enorme tejido de pequeños empresarios que necesitan sobrevivir a esta crisis. Porque esas familias trabajadoras y esas pequeñas empresas sí son la sangre de la economía, señor Garamendi, y cuando vienen mal dadas es la primera que se derrama.