Somos un país donde los millonarios crecen al 5 % anual y totalizan 1.132.000 individuos, según datos recientes de Credit Suisse. Frente a ellos, 13,1 millones de personas, el 27,8 % de la población española, se encuentran en riesgo de pobreza y exclusión social. Y, aunque parezca una contradicción, dista mucho de serlo. España es un país tradicionalmente pobre. Una nación de emigrantes a lo largo del último siglo que situó en la década de los años setenta a más de un millón de conciudadanos en los países europeos como destino laboral. Ellos fueron los autores del auténtico milagro económico español antes del ingreso en la UE. Previamente, la emigración a ultramar nos indicó el camino a seguir.
Nuestra pobreza colectiva tiene aires de nuevos ricos. Vivimos como si no hubiera un mañana. Los cuarenta años de consolidación democrática apuntalaron las estructuras del ansiado estado del bienestar, pero lo hicieron de una manera un tanto tramposa.
Seguimos siendo pobres, y los datos son tozudos, a saber: un 33,4 % de los hogares españoles no pueden afrontar los gastos imprevistos, según datos de la red europea contra la pobreza; un 44,9 % tienen dificultades para llegar a fin de mes, uno de cada seis ancianos está en riesgo de pobreza y, según el INE, el 15,6 % de los mayores de 65 años, 375.000 ancianos, viven en situación de pobreza severa. Con respecto a los niños, más de dos millones viven en pobreza relativa.
Si los ricos, los millonarios, se incrementan, crecen más los pobres que viven con esa dignidad que definió las etapas históricas de un comportamiento civil ya esbozado en los tiempos de la literatura picaresca.
Los datos aquí expuestos anticipan la etapa navideña, propicia a realizar una reflexión serena, sin tintes buenistas de sentar un pobre a nuestra mesa, porque al fin y al cabo todos somos pobres como decía el humorista Gila, que señalaba que en su familia eran pobres las tres sirvientas, la gobernanta y el mayordomo, al igual que los jardineros y el chófer... Y en medio de este panorama de ricos y pobres ponemos una nota de humor que ayude a desdramatizar, si es posible, el corazón mismo de este artículo.
No hemos querido comparar la situación de los países de nuestro entorno, que igual nos llevamos sorpresas. Lo dejamos para otra ocasión.