Los tipos de interés son retribuciones en función de un préstamo y de un tiempo, dos conceptos básicos del sistema capitalista, en el cual se exime al acreedor y se exprime al deudor, pues ya nadie se acuerda de que en otra época la usura era pecado. Los bancos que prestan calculan los costes de oportunidad y los bancos centrales controlan la oferta de dinero.
Cuando la inflación supera el tipo de interés nominal, es negativo el interés real. Los inversores dudan, los prestamistas presionan y los bancos centrales suben los tipos. Subir los tipos de interés incentiva el ahorro, bajarlos anima al consumo, pero Christine Lagarde, presidenta del BCE, está ahí precisamente para frenar la inflación. ¡Allá los gobiernos se las apañen para impedir la recesión!
El español medio asume que la solución pasa por el ajuste monetario y que todo es cuestión de oferta y demanda. Cuando la economía va bien, su poder adquisitivo le lleva a comprar compulsivamente bienes de consumo, por los que está dispuesto a pagar un poco más, provocando una subida de precios que percibe como normal. Se trata de una inflación por exceso de demanda. Cuando la economía va bien en cuanto al empleo, pero la oferta se retrae por los efectos de la factura energética derivada de una guerra lejana y de los intereses de quienes se benefician de ella, ve cómo los precios se disparan anormalmente. Se trata de una inflación por falta de oferta.
Para el español medio que se ha comprado un piso, los tipos de interés son esos 200 euros de más que ha de pagar al mes por la hipoteca, de momento. Para el español medio sin hipoteca, los tipos de interés son Pedro Sánchez o Feijoo, si está interesado por la política; Amancio Ortega o Juan Roig, si está interesado por la empresa; Sabina o C. Tangana, si está interesado por la música; Luis Enrique o Piqué, si está interesado por el fútbol. No es lo mismo estar pendiente de ciertos tipos interesantes que vivir pendiente de unos tipos de interés inciertos.