El fútbol es un cuento. Ya lo dijo ese Shakespeare futbolístico que es Gary Lineker, buen goleador y estrella de la tele: «El fútbol es un juego muy simple. 22 hombres persiguen un balón durante 90 minutos y al final siempre ganan los alemanes». La frase ha envejecido mal. Las mujeres también corren detrás de la pelota y arbitran (aunque sea a cuentagotas). Los alemanes ya no le ganan ni a Japón (nosotros tampoco). Y ese juego simple puede ser un tostón. Más que el fútbol, nos gusta el negocio del fútbol, esa fábrica de millonarios, algunos por lo civil y otros por lo criminal, como diría Luis Aragonés. Nos gustan su cultura, sus batallas, el cuento del fútbol.
No está tan mal un Mundial en Navidad, al margen de la tropelía de la FIFA y Catar. Con las mil y una noches persas y las luces del desierto y de las calles de Vigo. Las jóvenes iraníes jugando a tirarles el turbante a los ayatolás. Los vecinos de la calle Príncipe contando ovejas viendo pasar el carricoche de la montaña rusa por la ventana.
Infantino es Gargamel. Cristiano es la madrastra que se mira en el espejo. Luis Enrique es el principito arrogante. Blatter es el Doctor Claw, el malo sin rostro del inspector Gadget que acariciaba su gatito. Messi es Messi. Luis Suárez llora por el otro paisito gallego. Y el seleccionador de Camerún se ha ido a casa dejando para la posteridad la teoría del peligro: «Cuando sabes que estás en peligro, en realidad ya no estás en peligro. Cuando no sabes que estás en peligro, es cuando realmente estás en peligro». La Navidad este año no la ha inaugurado el Black Friday de Caballero, sino el Catar-Ecuador de Doha. Mucho cuento.