En España, la genuina Fiesta Nacional no es una sola, sino dos. Y no me refiero, desde luego, al 12 de octubre y al aniversario de la Constitución (¡ya me gustaría!), sino a los días 24 y 25 de diciembre. Solo esas fechas son comparables al Día de Acción de Gracias en Norteamérica, o al 14 de julio, cuando conmemoran los franceses el inicio de su Revolución.
Si una fiesta nacional es aquella en la que la totalidad de un país vibra al unísono, y late con un solo corazón, al margen, o más allá, de las conmemoraciones oficiales, nada es comparable en España a los días de Nochebuena y Navidad. En una y otra fecha se celebran dos manifestaciones en las que participan docenas de millones de personas. En realidad, podría decirse, sin exagerar, que la inmensa mayoría del país. Es una manifestación inmensa, resultado de la suma de millones de micromarchas familiares, que tienen un idéntico sentido y objetivo.
El 24, hacia las siete o las ocho de la tarde, comienza el gran desfile hacia la casa de los papás o los abuelos (o, en su caso, del hermano, de los tíos o los primos) en que va a reunirse la familia. Los coches, para un viaje más cercano o mas lejano (en esté último caso habrá que tomar el portante en función de la distancia a recorrer), se llenan de la familia al completo, pero también de ese hermoso y dorado pollo asado, ese ollomol (pagellus bogaraveo) que huela a gloria, o de esa olla repleta de bacalao con coliflor que no se la salta un torero, a lo que hay que añadir las cajas de peladillas, mazapanes y turrones, además de los espirituosos: buenos caldos, cava e incluso, ¡que un día es un día!, un buen champán francés. Ya el coche embutido de la familia, viandas y bebercio, el llegar a destino es un placer: abrazos, besos (como si la pandemia fuera solo un mal recuerdo), intercambio de manjares y alabanzas a lo bonito que ha quedado el árbol, lo real que parece el nacimiento o ambas cosas a la vez. Cada cual saca su aportación culinaria al despliegue de manjares y ya hacia las diez comienza la cena de Nochebuena, que todos los años es igual, pero todos es distinta. Ni un alma por las calles, las casas llenas, en una comunión nacional que no tiene en España parangón.
El día 25, a la hora del almuerzo, se repite la función, aunque algunos optan ya por salir de casa y celebrar la reunión familiar en un restaurante o una casa de comidas. Pero la historia es la misma: la familia reunida en torno a una mesa hablando de todo y nada al mismo tiempo, alabando lo bueno que está esto o lo rico que es aquello, feliz de volver a juntarse un año más y deseando que transcurridos 365 días pueda repetirse la función.
Nochebuena y Navidad no son dos días más del año: son siempre, y desde hace mucho tiempo, dos acontecimientos, que se preparan con cariño y con primor en el convencimiento de que nada nos une más que una tradición basada en el amor de la familia, tradición que nace de un hecho histórico (el nacimiento de Jesús) que ha marcado como ningún otro la cultura occidental.