Benedicto, catedral intelectual

Rodri García QUE PASOU?

OPINIÓN

EUROPA PRESS | EUROPAPRESS

02 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Ella, mítica periodista, siempre acudía a las fuentes. Oriana Fallaci (Florencia, 1929-2006) se estaba muriendo. Había estado en Vietnam preguntando a los soldados veinteañeros norteamericanos qué sentido tenía para ellos la vida. No encontró respuesta satisfactoria. Lo había contado en su libro Nada y así sea. Ahora iba a morir y quería saber a dónde iría. La respuesta de Benedicto XVI se la llevó a la tumba. Es posible que fuera parecida a la que el papa emérito le dio a Peter Seewaald, su biógrafo, para el libro Últimas conversaciones (Ediciones Mensajero): «La preparación para la muerte consiste en aceptar la finitud de esta vida y en encaminarse interiormente hacia el encuentro con el rostro de Dios». Con dicho libro, con otros muchos publicados, con miles de clases en la universidad (a veces multitudinarias como las de Introducción al cristianismo, que acabarían en libro), con sus tres encíclicas, las alocuciones, las homilías dominicales que seguía escribiendo aunque a su misa solo asistieran cinco personas, con todas sus lecturas, empezando por los principales escritores alemanes... Con todo ello Joseph Ratzinger-Benedicto XVI fue construyendo, como los viejos canteros gallegos, una catedral intelectual. Incluso mientras era el «dulce Cristo en la tierra», como la joven santa Catalina de Siena llamaba al papa, escribió tres tomos sobre el personaje a quien representaba, Jesucristo, un texto que los expertos consideran ya un referente. Nada vinculado con su papel le era ajeno y por ello en esas conversaciones con Seewald, Benedicto XVI hablaba de todo, desde la pederastia («ha sido como el cráter de un volcán, del que de pronto salió una nube de inmundicia que todo lo oscureció y lo ensució»), al declive de un cristianismo que «ya no es sinónimo de cultura moderna» o de que «vivimos en una cultura positiva y agnóstica, que se muestra crecientemente intolerante con el cristianismo».

Esa catedral cultural que deja Benedicto XVI es un lugar de acogida para los buscadores de verdad, un espacio de aprendizaje de cuestiones básicas del cristiano como es la de rezar: durante año y medio dedicó las 42 audiencias de los miércoles a enseñar a orar (otro libro, Escuela de oración).

Esa acogida a las almas inquietas aparece cada vez más necesaria. Conservo el recorte de un viejo artículo del editor Henrique Alvarellos hablando de creyentes a la intemperie. Me pareció un grito de muchos que se sienten así, muchos que como aquellos dos discípulos de Emaús, escapan desorientados mientras los que supuestamente estamos a cubierto no siempre hacemos lo posible por darles cobijo, por entenderlos, por rezarlos. Quizá esa catedral cultural que deja Benedicto XVI puede servir de cobijo. Entrar en ella, sentarse y mirar el sillar sobre el que se asienta, ese Deus caritas est (Dios es amor), la primera encíclica de un papa que al ser preguntado qué pondría en su epitafio decía: «Creo que nada. Solo el nombre», aunque al insistirle aceptaba como epitafio su lema episcopal: «Colaborador de la verdad».