Hace unos 10.000 años, con la revolución del Neolítico, nuestros antepasados transformaron paulatinamente las sociedades cazadoras-recolectoras en otras productoras, en las cuales la domesticación de las plantas y los animales representaba la forma principal de obtener alimentos. Fue una auténtica revolución, en donde aprendimos, por ejemplo, a seleccionar los cultivos más resistentes, a conservar mejor los alimentos, controlar plagas, y también a producir productos derivados como la cerveza o el pan. Aunque no fue hasta muchos años más tarde cuando se descubrieron los principios que gobernaban aquellas técnicas, sin saberlo, en este momento tan relevante de nuestra historia había nacido la biotecnología.
Pasaron los años y descubrimos que, al seleccionar cultivos o animales, en realidad estábamos seleccionado sus genes; también que detrás de la magia que producía el pan o la cerveza, en realidad lo que había eran diminutos organismos que realizaban complejos procesos moleculares que hoy conocemos como fermentación. Todo este conocimiento biotecnológico, que nos permite aprovechar los organismos vivos o sus moléculas con la finalidad de crear nuevos productos o procesos, fue creciendo hasta un punto tal que hoy en día podemos manipular (editar) el material genético a un nivel de precisión extraordinario.
Para hacer edición genética, lo que se conoce como técnica CRISPR, y curar así enfermedades se necesitan unas herramientas muy especiales. Se trata de unas proteínas que pueden cortar y pegar nuestro material genético creando un collage de letras diferente al de partida. Desde su descubrimiento en bacterias por el investigador español Francisco Mojica, los científicos hemos aprendido a usar estas herramientas biológicas para corregir errores en nuestro ADN (algo que supuso un Nobel en 2021). Esto ha abierto nuevas posibilidades de curación futura para algunas enfermedades genéticas. Sin embargo, la mayor parte de las herramientas que estamos empleando en la actualidad en nuestros laboratorios pueden dar problemas. Esto es porque son proteínas que provienen de bacterias que son patogénicas para nosotros, nos causan infecciones, de manera que nuestro sistema inmunitario las reconoce como elementos que nos pueden herir y las ataca.
Para encontrar proteínas nuevas, un grupo español de científicos ha hecho un viaje en el tiempo buscando en las bases de datos genómicos para identificar proteínas primigenias, muy antiguas, que han podido evolucionar para dar lugar a las proteínas CRISPR actuales. Se trata de herramientas biológicas que tienen miles de millones de años, y que por tanto son mucho más toscas que las refinadas que se emplean hoy en día. Sin embargo, todavía funcionan, por lo que también podrían ser utilizadas para editar genes. En otras palabras, antes teníamos una caja con unas cuantas herramientas y ahora tenemos unas cuantas herramientas más, que son muy antiguas, pero que siguen operativas. A partir de ahora, la idea es modificarlas y adaptarlas para llevar a cabo aquellas funciones que las herramientas actuales no puedan desempeñar. Gracias a este hallazgo los científicos tenemos ahora más alternativas para diferentes aplicaciones biotecnológicas, algunas de las cuales, tal vez, algún día puedan servir para curar las enfermedades del presente y del futuro.