Cada crisis tiene sus rasgos propios. Por eso, cada una es distinta y responde a diferentes orígenes. Eso nos permite repasar los aciertos y errores en cuanto a los planteamientos y salidas a las mismas. En la actualidad, existe un amplio consenso en que el mundo se encuentra en una situación de policrisis. De una parte, constatamos una situación de incertidumbre socioeconómica y geopolítica que generan los problemas de la inflación, la crisis energética y los desajustes con los abastecimientos alimentarios. De otra parte, la alta volatilidad económica la asimilamos al endurecimiento y al ajuste permanente de las políticas monetarias. Y, finalmente, advertimos una alta inestabilidad que está asociada a la guerra en Ucrania, a la situación en China, a los impactos del cambio climático o el deterioro de las condiciones sociales y niveles de bienestar, tanto en los países desarrollados como en los menos desarrollados.
El conjunto de todos estos factores, ya sean propios o adversos, tienden a retroalimentarse entre sí, y es lo que provocan los períodos de inestabilidad, como el que estamos viviendo. Por eso, en los próximos meses será determinante enfocar de manera correcta los planteamientos de salida a la vez que corregir y subsanar muchos de los desequilibrios que hoy imperan.
Avanzar frente a la policrisis significa ganar protagonismo en la toma de decisiones; esto es, afrontar los retos con convicción y seguridad; nada de diletantismo o dejarlo para mañana. Es preciso adaptarse a nuevos escenarios marcados por los factores geopolíticos actuales; así como es necesario conocer las implicaciones de las tensiones económicas y sociales relacionadas con los abastecimientos de energía, la configuración de cadenas globales de suministros, el comercio y la seguridad, entre otros. Y de la misma forma no perder de vista la necesidad de adaptar el Estado del bienestar al envejecimiento de la población, los niveles de pobreza, las reformas laborales, fiscales y regulatorias, por citar algunos ejemplos.
El pasado año 2022 fue el de la incertidumbre. Asistimos a lo que se denomina una montaña rusa de inestabilidad. Después de la fase tranquila y de crecimiento de los años posteriores a la Gran Recesión, ahora estamos en un mundo donde la imprevisibilidad es una constante. Insistimos en afirmar que el período reciente no fue una fase normal; sino una de continuas perturbaciones. Los desafíos se fueron agolpando de manera diversa tanto para los Gobiernos como para los ciudadanos y empresas.
La búsqueda de soluciones nos exige interrogarnos sobre la productividad y los aumentos de los niveles de atractividad en lo referente al capital, personas e innovación tecnológica. Caminamos a favor de la creación de plataformas de centros productivos y de negocios. Al mismo tiempo, afrontamos el riesgo de la deslocalización de parte de las industrias y de los servicios, que se dirigen hacia lugares con menores costes de la energía, mayor seguridad en los suministros, mayores integraciones sectoriales, mejores niveles de desarrollos tecnológicos, actuaciones rigurosas en medio ambiente y elevados ratios de conectividad.
Las oportunidades se convierten en retos. La utilización de los planes de recuperación Next Generation nos permitirán afrontar dichas alternativas. Pero, para ello, necesitamos consenso y mirar la realidad futura con otro prisma, alejados de los antiguos y nuevos dogmatismos así como de los populismos de viejo estilo.