La decadencia de la democracia

 Jorge Quindimil
Jorge Quindimil COORDINADOR DEL GRADO BILINGÜE EN RELACIONES INTERNACIONALES EN LA UDC.

OPINIÓN

Walter Paciello Presidencia de Uruguay | EFE

11 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El intolerable asalto a las principales instituciones democráticas de Brasil por hordas ciudadanas nos recuerda el valor de la democracia y la necesidad de cuidarla y protegerla. El gran problema es que los principales responsables de su protección son también su principal amenaza: los políticos.

En Brasil se ha creado una tormenta perfecta desde las pasadas elecciones, ganadas por Lula en un clima de polarización irrespirable que derivó en el resultado más ajustado de su historia. La gestión de este escenario de polarización, con un país dividido en dos bloques enfrentados, exige un especial sentido de la responsabilidad política, tanto por el perdedor como por el ganador. Sin embargo, Bolsonaro no estuvo a la altura en momentos cruciales, como en el reconocimiento de la derrota y en el traspaso de poderes. Sembró de esta manera los vientos de ilegitimidad democrática que terminaron con la tempestad del asalto a las instituciones por algunos de sus seguidores más radicales.

Las amenazas a la democracia suponen la mayor prueba de fuego para poner en valor el estado de salud de sus instituciones. Hace poco Perú demostró al mundo una gran fortaleza democrática a pesar de tantos años de inestabilidad política, con todas las instituciones del país cerrando filas en torno a la Constitución. Ahora Brasil tiene que pasar su propia prueba de fuego, demostrando que su institucionalidad democrática puede resistir y sobreponerse al ataque y a la polarización. Lula debe cumplir su palabra de trabajar para unir al país y Bolsonaro debe volver a la senda de la legitimidad. Si cualquiera de los dos falla —y los dos pueden fallar—, el equilibrio inestable de la democracia en Brasil puede quebrar.

El asalto de Brasilia se suma a la infame lista de desprecio por la democracia en un número creciente de países, desde la izquierda y desde la derecha. Ni siquiera se libra España, a pesar de que políticos de todo el espectro ideológico sacan pecho de ejemplaridad democrática. No estamos para dar lecciones a nadie. Somos los primeros en incumplimiento de normas de la Unión Europea —que nos cuestan millones de euros y desprotección de derechos—, y hemos pasado de ser una democracia plena a una democracia defectuosa, según el último Democracy Index.

La situación de la democracia en el mundo ha ido empeorando en los últimos años, golpeada por populismos que parasitan instituciones al calor de crisis económicas, pandemias y guerras. La decadencia de la democracia es alarmante: un 6 % de la población mundial vive en democracias plenas y el 30 % vive en regímenes autoritarios. Solo en el último mes, los golpes de Estado han vuelto a estar presentes en el escenario y en el debate político de democracias como Perú, Brasil, Alemania y España.

La democracia no es de izquierdas ni de derechas. La democracia se respeta. Pero muy pocos lo entienden, como Uruguay. Hace unos días los expresidentes Sanguinetti y Mújica acompañaron al presidente Lacalle a la toma de posesión, precisamente, de Lula. Tres presidentes de tres ideologías diferentes unidos por el bien común de su país, de su democracia. ¡Qué envidia!