Según la Real Academia Española (RAE), «telebasura» es la tele que ofrece programas con contenidos zafios y «populismo» es la tendencia que intenta atraerse a las clases populares.
Si uno critica los programas más vistos por las clases populares, corre el riesgo de ser tachado de intelectualoide. A pesar de ello, no hay que confundir la cultura popular con la cultura de masas, esa que llaman mainstream, que, siendo masiva, es más populista que popular, más subcultura que contracultura, más incultura que cultura.
Los programas del cotilleo han ido mejorando formalmente. La mayoría cuenta ahora con una buena producción y, aunque siguen siendo basura televisiva, apenas se usa ya el término telebasura. Su leitmotiv continúa siendo el mismo: el chismorreo. Periodistas y asimilados, famosillos y afamados, hablan mal de los demás durante horas en concursos o tertulias coloquiales y coloristas de la prensa gris (política), rosa (corazón) o blanca (deportiva).
Que la RAE haya admitido reality como programa de la telerrealidad no significa que unos prójimos encerrados en una casa, una cocina, una isla, un autobús o un plató, para despotricar, reflejen la realidad.
Que las confesiones de una mujer, en canal y en abierto, sean denominadas docuserie no supone que tengan valor documental.
Que unos hooligans se griten improperios en chiringuitos ad hoc no implica que el fútbol sea así. Que unos vividores sean considerados supervivientes no indica hiperrealismo, sino surrealismo.
Decir que se trata de experimentos sociológicos no deja de ser una boutade.
Sin embargo, los sociólogos más reconocidos hablan del «efecto tercera persona» cuando uno niega la evidencia y se la atribuye a terceros. Ese efecto explica, por ejemplo, que tales programas sean a la vez los más vistos y los menos valorados.
Se comprende la hipocresía de la audiencia en un ambiente de populismo mediático y político en el que la primera premisa es no decirle nunca a nadie que lo que le gusta es bazofia.
Son tiempos de telebasura y populismo.