La absolución de Oriol Junqueras y la entronización de Carles Puigdemont

Tomás García Morán
Tomás García Morán LEJANO OESTE

OPINIÓN

Junqueras y Puigdemont, en una imagen de archivo en Waterloo
Junqueras y Puigdemont, en una imagen de archivo en Waterloo

Tras la retirada del magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena del delito de sedición del procesamiento de Carles Puigdemont, el ex presidente catalán huido amaga con su regreso a España

12 ene 2023 . Actualizado a las 17:03 h.

Los líderes del llamado procés ya dan por hecha su absolución. Herederos como somos del derecho romano, recurrimos al concepto bíblico de la absolución sacramental. Veniales o mortales, nuestro Dios misericordioso nos perdona siempre, infalible, nuestros pecados, cualquiera que haya sido la ofensa cometida. Los estadounidenses, más pragmáticos hasta que el evangelicalismo comenzó a causar estragos, determinan que un reo es guilty or not guilty, culpable o no culpable. Porque los humanos jamás podremos aseverar con la misma certeza que el Creador que un igual nuestro es inocente. Sabido es que cada pecado tiene su penitencia. Pero si el Altísimo Sánchez determina que el reo es inocente, aunque sea al final de los días, en el lecho del dolor y a las puertas del cadalso electoral, no cabe sacramento de la penitencia ni expiación de los pecados, como tampoco es necesario arrepentimiento.

Esto no hace falta explicárselo a Oriol Junqueras, piadoso líder independentista, historiador experto en las relaciones entre España (¡válgame Dios!) y la Santa Sede durante la guerra de Sucesión, aquel conflicto civil desatado entre Castilla y Aragón tras la muerte de Carlos II, y que en el metaverso indepe se considera el momento fundacional de la Catalunya irredenta. Junqueras, vaya usted a saber con qué fiabilidad, cuenta que en sus incursiones por los laberintos de la historia se llegó a cruzar con Ratzinger cuando aún era cardenal (Ratzinger, no Oriol). Pero, para disgusto del joven investigador, al cura hincha del Bayern le interesaba mucho más hablar del Barça que de la historia reescrita por Rahola y Junqueras.

Junqueras, Puigdemont y sus cómplices piden la absolución, la limpieza de toda mácula sin pasar por el engorro del arrepentimiento. Así que nos subimos al carro. También queremos ser absueltos quienes llevamos diez años denunciando que el proceso separatista no es progresista ni cool, sino todo lo contrario: un acto de supremacismo, insolidaridad, populismo y desestabilidad que no veíamos desde el golpe del 36. Piden la absolución los padres e hijos expulsados de sus coles por no comulgar con la tiranía independentista, los profesores deportados por reclamar el noble derecho a educar en la historia real. Quieren expiar sus pecados las familias rotas, los grupos de WhatsApp partidos por la mitad, los jueces y policías jóvenes que se han ido a Cataluña como primer destino porque ahora no es el País Vasco donde se pasa más miedo. Quien ha dedicado todas las horas de este último decenio a demostrar que la indignidad indepe está basada en una patraña inmoral: Andalucía, Extremadura y Galicia nos roban.

Le pedimos a Dios misericordioso la expiación de nuestras culpas. Y al nuevo Papa Junqueras, hasta que un nuevo Colegio Cardenalicio lo mate y entronice al retornado Puigdemont (¿ocurrirá antes de una semana?), que tenga piedad de nosotros. Por los siglos de los siglos, Amén.