Hace pocos días escuché una entrevista con uno de esos autores de libros que se leen una vez y luego se tiran. Hablaba el hombre con tanto aplomo que incluso uno llega a pensar que algo de lo que ha escrito tiene mayor mérito que no sea el comercial. Vende millones de ejemplares. Dice que su «carrera» ya comenzó hace dieciocho años, como si su «carrera» tuviese la mínima relevancia en la historia de la literatura. A este muchacho le da igual escribir que todo arde o que una reina es roja. Escribe. Vende. Se hace millonario. Y poco más. Desde el punto de vista empresarial o mercantil, el autor al que me refiero tiene muchísimo mérito, no seré yo quien lo discuta. Desde el punto de vista literario no existe ni existirá, sencillamente. Porque el único juez que vale artísticamente, el tiempo, pasará por su obra sin pena y sin gloria (pero con millones de euros). Gracias a redactores como este el negocio de la literatura, perdón, de los libros, resiste. Porque si tuviera que depender de factores estéticos, tal como está el panorama cultural, las editoriales cerrarían de inmediato. La cultura se ha degradado. El declive de la cultura es el pan nuestro de cada día. Basta mirar a Madrid y contemplar al ministro, al de Cultura. Miquel Iceta inició dos carreras universitarias y no terminó ninguna. Su valor intelectual es simplemente político: de la política ha vivido durante toda su vida. Con mandatarios de este jaez, no esperemos demasiado. La historia de nuestro tiempo es una crónica de la decadencia.
Víctor Hurtado Oviedo, en Padre nuestro, a diez años de la muerte de Borges, escribe: «A Borges hay que comenzar a leerlo cuando se es joven: cuando las verdades son tan nuevas, incluidas las del arte. Mejor aún: hay que leerlo en la adolescencia, que es la edad barroca de la vida, armada de antítesis e hipérboles. Leemos entonces a Borges como oímos a un adulto que nos habla como a adultos, en un tiempo en que lo importante es crecer. Leer a Borges es una forma hermosa de crecer, de abrirse a la infinita luz del idioma». A Borges no lo leen los universitarios ni los bachilleres. Andan con las rojas reinas y los todos que arden. Es una pena. O no, porque tienen asegurados cuatrocientos euros al cumplir dieciocho años (una medida excelsa del excelso ministro cultural). ¿Cuánto gastarán en literatura? Me temo que ni un solo euro. No hablo de libros, sino de literatura, ese arte que, a pesar de los numerosos intentos, todavía resiste los embates mercantiles, empresariales, comerciales y políticamente correctos. Ese es otro asunto que debo citar hablando de lo que hablo. El autor de éxito, cuando le preguntan por sus ideas, habla mal de todos los políticos. No sea que lo identifiquen con este o con el otro. Pero si se tuviese que decantar: la izquierda, por supuesto. La cultura es de izquierdas o no es, dije y digo. Sin embargo, muchos de ellos (de Borges a Cela, de Cunqueiro a Vargas Llosa) transitaban por el otro lado.