Morir en Sildavia

Claudia Luna Palencia PERIODISTA MEXICANA RESIDENTE EN ESPAÑA, DIRECTORA DE CONEXIÓN HISPANOAMÉRICA

OPINIÓN

ABEDIN TAHERKENAREH | EFE

16 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Mientras escribo esto, una lluvia de bombas rusas cae sobre el este y el sur de Ucrania arrasando con todo a su paso, no solo la valiosa vida de sus pobladores también la infraestructura vital. Cada día que pasa siento un mayor desprecio por todos los dictadores del pasado y por los actuales erigidos en tótems de sistemas arcaicos, que no deberían tener cabida en un mundo en el que todos merecemos ser libres y vivir en paz.

A veces me sacude el remordimiento cuando, al volver a mi hogar, tengo el agua caliente, calefacción y la nevera llena, y pienso en mi colega ucraniana Olena Kurenkova y en su familia, que han sufrido una odisea de destrucción y muerte porque un sátrapa quiere apropiarse de su país, de sus recursos, de sus centrales nucleares, del control de sus puertos, de su estratégica salida al mar de Azov y al mar Negro y de sus millones de ciudadanos.

No he podido quitarme la imagen del soldado Yuriy Horovets, conocido como Sviatosha, muerto en combate defendiendo Mariúpol del asedio ruso. He visto su foto en los obituarios, vestido de soldado, con su tez clara, su juventud lozana y su gallardía viril. Pero ya no está, es otro de los miles de soldados hijos de la patria ucraniana que dejan a madres secas de dolor, a viudas con los corazones rotos y a hijos que no verán crecer. La guerra es el Leviatán.

Mientras escribo estas líneas, los talibanes de Afganistán han ordenado cerrar el acceso a las universidades a todas las mujeres y han prohibido la entrega de diplomas a todas aquellas que, durante los veinte años en que vivieron lejos del terror del régimen talibán, lograron acceder a la escuela y formarse. En la habitación de mi hija oteo su mochila con sus libros y me quedo meditabunda, carcomiéndome la rabia, imaginando el dolor inmenso y la impotencia de esas niñas y jóvenes afganas cuyo destino está en manos de gobernantes que las odian y las desprecian solo por el hecho de haber nacido mujeres. Y me cuestiono si esto es el siglo XXI o una mentira y quizá estamos perdidos en el tiempo: uno que avanza para unos países y otro que lleva un ritmo más aletargado, detenido en el siglo XV.

También está Irán, con su poder teocrático imponiendo una férrea persecución contra miles de jóvenes —hombres y mujeres— que se han echado a las calles para protestar por el asesinato impune de Mahsa Amini, por no llevar bien colocado el velo. El régimen de los ayatolá ha ordenado colgar en lugares públicos a jóvenes condenados por apoyar las manifestaciones a favor de los derechos de las iraníes y de su voluntad de llevar o no llevar el velo según su libre decisión. Los cuerpos sin vida del púgil Majid Reza Rahnavard y de Mohsen Shekari, ahorcados, constituyen una barbarie.

¿Cómo va a construirse una mejor sociedad a nivel global si la esfera gira a distintas velocidades? Un mundo bajo esa tesitura de desigualdad, de equidistancias, es un sitio en el que la paz es un espejismo en medio de un desierto lleno de rivalidades, de envidias y de dos modelos contrarios: la libertad y la democracia versus la autocracia y el control.

La lección más amarga de 2022 es que Ucrania podría ser dentro de unas décadas cualquier otro país invadido; podría ser España, Francia, Alemania, México, Japón, Argelia… Porque la lucha por los recursos naturales será frenética y porque el cambio climático proporciona otro pretexto. Al final, Sildavia no es como la han pintado… Morir en Sildavia podría suceder pasado mañana.