La terrible ocurrencia del señor de Vox que vicepreside la Junta de Castilla y León no le ha podido venir peor al PP de Feijoo, justo cuando trata de compensar el alma Ayuso con el alma Sémper en un equilibrio tan misterioso como el de la santísima trinidad. Aunque presuman de lo contrario, para la extrema derecha el asunto del aborto no es más que una frivolidad cultural, como demostró con su estólida sonrisa García-Gallardo cuando reconoció que él no sabe nada de embarazos, como si saber algo de donde él mismo llegó pusiese en riesgo al machote que se cree.
Así que en sus inevitables pactos con Vox al PP le ha venido reguleras la grosera ocurrencia del tal Gallardo, pero también porque con su indicación hemos recordado que son ellos, los señores del PP, y no los desubicados de Vox, quienes tienen recurrida en el Tribunal Constitucional la reforma de la ley que derogó los supuestos e impuso los plazos, modificación necesaria que además acabó con abortos extremos que los supuestos permitían y disolvió el cinismo institucional de aquella primera ley.
Pero es que el latido-gate del señor de ultraderecha que vicepreside Castilla y León nos ha permitido recordar que existe un abuso de la objeción de conciencia en muchos hospitales públicos a la que nadie parece querer poner freno, que en la práctica la mayor parte de las interrupciones son en centros privados o concertados y que sigue habiendo muchos territorios en los que las mujeres tienen que desplazarse cientos de kilómetros para abortar. Pero la peor conclusión de la borricada del señor de Vox constata que los derechos son frágiles y que nos equivocamos cuando concedemos a los avances carácter irreversible, porque siempre habrá un Gallardo o un Gallardón preparados para asomar la patita.