De adolescentes malos a adolescentes tristes
OPINIÓN

Es habitual que en los medios de comunicación nos encontremos con informaciones sobre agresiones, robos, peleas, casos de acoso, incluso algún asesinato cometido por un adolescente que está cerca o lejos del lugar donde vivimos. Son noticias que nos inquietan, nos conmueven y nos asustan. Abundan en un arquetipo, el de los chicos malos, los jóvenes rebeldes, impulsivos, peligrosos, que violentan la ley, egoístas dispuestos a pasar por encima del otro para conseguir su propia satisfacción, cuya aportación a la sociedad es el cuestionamiento, la transgresión y la destrucción. Nada nuevo bajo el sol, de todo ello ya habló Sócrates y escribió Shakespeare.
Sin embargo, desde hace una década los datos nos indican que la delincuencia juvenil en España viene descendiendo de manera lenta pero consistente. Hemos pasado de forma progresiva desde los 18.237 menores condenados en el año 2010 a los 13.595 del 2021. Más allá de las noticias de sucesos, los adolescentes cometen cada vez menos delitos, con la excepción de aquellos que son de carácter sexual.
En este mismo tiempo hemos venido observando como en la adolescencia se iba dando un aumento de problemáticas de salud mental. De forma particular aquellas que tienen una base depresiva. En un informe publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el 2014, titulado Health for the world’s adolescents, la depresión ya era la principal causa de enfermedad y discapacidad entre los adolescentes de edades entre los 10 y los 19 años. El suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte entre los varones de 15 a 29 años y las hospitalizaciones por autolesiones entre los 10 y los 24 años casi se han cuadruplicado en las últimas décadas: de 1.270 en el año 2000 a 4.048 en el 2020.
En la consulta clínica la principal causa de demanda por parte de las familias de adolescentes ya no es el mal comportamiento, sino la tristeza, la ansiedad, el aislamiento, los cortes, las dificultades para relacionarse o el desinterés por realizar actividades fuera de casa. Incluso los centros de menores ya sean del ámbito de protección o de justicia juvenil, que tradicionalmente han lidiado con la transgresión, se están terapeutizando progresivamente, con mayor o menor fortuna, para poder hacerse cargo de estas nuevas formas de expresión del malestar adolescente. Los recursos clínicos y educativos para atender a menores que se niegan a salir de su domicilio, o de su habitación, son cada vez más frecuentes. Los servicios de atención a la conducta suicida ya tienen unidades especializadas en población infanto-juvenil.
El crítico experto en subculturas juveniles Oriol Rosell constata este mismo cambio en la representación del adolescente en los diferentes productos culturales dirigidos a ellos o desarrollados por ellos. Donde antes predominaban la rebeldía, el reto o el desafío hoy encontramos frecuentes manifestaciones de la angustia de vivir. Desde Nirvana hasta Billie Eilish podemos rastrear dos décadas de desesperanza juvenil. Series tan populares como Euphoria se construyen alrededor de este nuevo imaginario social. En la adolescencia los chicos malos se ven progresivamente desplazados por los chicos tristes como figura central.
Este cambio tiene implicaciones en el enfoque del trabajo de acompañamiento a estos jóvenes, a nivel clínico y educativo desde la intervención y desde la prevención. Pero también nos abre interrogantes sobre la dificultad para realizar actualmente el proceso de la adolescencia; dejar atrás la infancia para alcanzar la adultez. Una adultez que a cada paso parece más diluida, confusa e incierta en lo que Bauman denominaba sociedades líquidas.