«Es indecente que los supermercados como Mercadona o Carrefour se estén haciendo de oro a costa de la crisis económica derivada de la guerra de Ucrania, es indecente que el señor Juan Roig se esté llenando los bolsillos siendo un capitalista despiadado. Son capitalistas despiadados, tenemos que frenarles los pies». Quien esto dijo no fue ningún activista radical, sino una ministra del Gobierno de España. Ione Belarra, la citada ministra, no hizo otra cosa que seguir el camino trazado por Podemos, un partido, todavía liderado por Pablo Iglesias, al que le salen sarpullidos cuando oye hablar de policías, empresarios, políticos de derechas, libertad de mercado...
Pero dentro de las teimas que excitan al sector radical del Gobierno de España es especial la de los empresarios. No es que no valoren la labor en pro de la riqueza de nuestra sociedad que realizan los empresarios honestos (la inmensa mayoría), sino que la desprecian y la odian con el entusiasmo de tiempos pretéritos, cuando la lucha de clases era algo tangible de verdad.
El ejemplo máximo del disparatado mundo en el que viven los soldados, soldadas y soldades de Pablo Iglesias lo tuvimos hace tiempo a raíz de las donaciones de Amancio Ortega a la sanidad pública. Las críticas vertidas desde este planeta podemita al hacedor de Inditex sí que fueron despiadadas y fuera de toda lógica y sentido común.
Pasarán los años y algún día nos preguntaremos cómo fue posible que políticos con ideas tan casposas formaran parte del Gobierno de España, cómo sucedió que desde la atalaya gubernamental se dedicaran más energías a sembrar la cizaña y a poner a determinadas personas en la diana que a procurar de verdad el bienestar de la gente y de aquellos que con su labor procuran, precisamente, que las cosas vayan a mejor.