Pues parece que se van alargando los días y vamos lentamente bajando la cuesta que nos va a llevar al sol y al calor y a los días luminosos del verano, que son como la zanahoria de los caballos tercos o rebeldes. El verano como una promesa que a veces en esta esquina no se cumple, y pasa como los americanos de Bienvenido Mr. Marshall: sin detenerse, dejándonos desairados y sin saber qué hacer con las bermudas de topos y las alpargatas nuevas.
Dice Pablo Motos que le decía Pau Donés a Jordi Évole que lo mejor que se puede hacer en la vida es no preocuparse tanto. Mi amigo el serpa Lakpa Nuru piensa lo mismo. Si tienes miedo de cruzarte con un oso en las faldas del Himalaya, arruinarás con tu miedo la travesía, y muy probablemente no te encontrarás al oso. Aquí, desde la última glaciación, en que el cielo fue oscurecido por el impacto de un inmenso meteorito, hace doce mil años, el sol sale todas las mañanas por naciente (con el permiso de José Luis Cuerda). Y los seres vivos que pueblan el planeta aprovechan el calor para la supervivencia. De ahí para arriba se pueden hacer muchas cosas: hormigueros, panales, madrigueras... y comer y procrear. Sobre todo, eso. También se puede ir a fútbol o cantar habaneras, leer, bailar. Saltar las olas.
Pero el persistente ruido de fondo, tan lleno de ira, como los mosquitos de amazónicos o las moscas tse-tse, nos mantiene despiertos y alerta, a la defensiva, mientras el sol avanza indiferente, consumiendo el día, un día menos.
No pienses en el oso.