El tamaño de las letras

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

Ricardo Rubio | EUROPAPRESS

19 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

A veces, cuando remoloneo por los estantes de mi biblioteca con la esperanza de encontrar algún libro olvidado que, como un gusano o una legumbre, se haya ido transformando con el tiempo en otra cosa —algo con alas o con hojas—, me encuentro pequeños ladrillos incomprensibles. Suelen ser tomitos de aquella curiosa colección llamada Reno de la editorial G. P., que no era otra cosa que las iniciales de su propietario, Germán Plaza, y eran gordos y estrechos. También los graves ejemplares de la colección Austral, con su macho cabrío saltando insolente en las cubiertas. Y cuando los abro, de inmediato me mareo y me tengo que sentar. El microscópico cuerpo de letra de aquellos años debe de reflejar la escasez de papel o la vigencia del principio moral de que la letra con sangre entra. Está por investigar la influencia que estos cientos de títulos —y millones de ejemplares— publicados han tenido en la visión de los lectores, pero pondría la mano en el fuego que han dejado miopes a dos o tres generaciones.

Por eso, Fernando Aramburu le insiste a su editor, Juan Cerezo, que ponga las letras grandes y gordas, como percebes de los caros. Aramburu es un escritor que quiere que lo lean, y eso se nota. Y, como además la caja del texto es bastante pequeña, uno se encuentra, cuando cree que va por la página veinte, que ya lleva treinta y ocho, y aquello avanza a toda pastilla. Si, encima, lo que está leyendo se titula Hijos de la fábula, su última novela, ya ni les cuento. Pónganse ustedes y verán.