El golden ring empieza a rodar a toda velocidad por las redes sociales despojando de todo significado el concepto independiente, que por alguna razón (en realidad es posible imaginarse cuál) ha renunciado a su esencia entre copas de champán de bienvenida y acreditaciones conmemorativas. Me pregunto qué habría pasado si todos los raros que fueron al concierto del gran telépata de Dublín hubiesen tenido que renunciar a las primeras filas (vuestra obsesión) porque estaban reservadas a quién pudiese pagárselas o se vendiese mejor en Instagram. Nunca sabremos si la impronta indeleble de aquella actuación que se grabó en nuestra memoria habría existido sin invadir media hora antes el metro y sin que frente al estadio ya cantasen sus temas.
Enhorabuena, eres el que tiene más, es más que nada pero menos que el total. La letra se deshace en la boca dejando un gusto premonitorio en el paladar, hasta que un par de días después, alguien entiende que si hay algo sagrado es el manual para los fieles y fin de la primera parte, porque ahora toda la pista cuesta igual. ¿Aha han vuelto? Quizá. Pero está claro que el consejo de sabios les ha dicho que era hora de rectificar. Hay corrientes circulares en el tiempo y que tomen nota: los conciertos tienen que recuperar su esencia original.