Manipular la obra de un artista fallecido hace más de 40 años. Eso es lo que ha hecho la editorial británica Puffin con algunos de los más famosos libros de Roald Dahl, uno de los más importantes escritores de literatura infantil del siglo XX. Algo similar a cuando el papa Pío IV ordenó tapar ¡en 1564! los genitales de las figuras que Miguel Ángel había pintado en la Capilla Sixtina. La excusa en pleno siglo XXI ha sido que las historias del escritor británico contenían palabras como «gordo» o «feo» y por lo tanto podrían herir la sensibilidad de los niños actuales. Según el grupo editor, con estos cambios los textos podrían seguir siendo disfrutados por todos. Más allá de lo reaccionario y estúpido de estos argumentos y de cómo poco a poco se está construyendo una sociedad cada vez más puritana, me gustaría destacar el estado de indefensión en la que quedan los artistas dentro de unas sociedades cada vez menos respetuosas con el trabajo artístico. Lo advertía el crítico de arte William Deresiewicz en su ensayo La muerte del artista, en el que demostraba cómo el trabajo de los escritores, pintores, cineastas, ilustradores, músicos, etcétera es cada vez menos valorado. Si los artistas eran artesanos en el Renacimiento, bohemios en el siglo XIX y profesionales en el XX, el panorama que surge ante nosotros está lleno de precariedad e incluso de incertidumbre ante la aparición de programas de inteligencia artificial que han sido concebidos para sustituir al artista. Por si esto fuera poco, lo que ha pasado con los libros de Roald Dahl nos muestra un futuro en el que las obras de arte van a poder ser manipuladas con gran facilidad. ¿Acaso no cabe pensar que, después de Roald Dahl, se revisará y «corregirá» a otros escritores? ¿Es legal que los herederos de los derechos de una obra literaria permitan cambios en obras que son patrimonio cultural mundial? Esto último es muy importante, pues el legado cultural que nuestros antepasados nos han dejado en forma de libros, pinturas, películas o piezas musicales debería ser intocable. Supone un patrimonio importantísimo que debemos conservar como configurador de nuestra civilización y de nuestra historia. Cuando se habla de respetar la cultura, hay que empezar por respetar a los creadores que nos han proporcionado ese patrimonio cultural del que nos beneficiamos. Ojalá este grave atentado contra la obra literaria de Roald Dahl sea respondido con contundencia por todos los agentes culturales y literarios para evitar que personas infantilizadas vuelvan a posar sus manos gordas y feas en nuestros libros.