Es una de las palabras más bellas del castellano, de las lenguas romances, quizá de todos los idiomas. Madre, mamá, nai, está en el origen de nuestro alfabeto afectivo, en el archivo sonoro de nuestro primer aprendizaje. Y en la recientemente aprobada ley trans, en esos extraños catálogos del lenguaje «progresivo» e inclusivo, en el Código Civil, la madre pasa a ser «progenitor gestante». Imagínense que el emotivo comienzo de una de las novelas más geniales del pasado siglo, El extranjero, de Camus, empezara así: «Mi progenitor gestante ha muerto», en lugar de su mítica frase inicial, «Mamá ha muerto».
Nai en gallego, ama en euskera o mare en catalán son voces iniciáticas, palabras que llenan la boca, que ponen sabores frutales a quienes las pronuncian. Y que suenan dejando un eco de abrazos y ternura. Se aprende a decir madre en el colo de quien te trajo al mundo, en el regazo donde acurrucas tu pequeño cuerpo de recién nacido.
Nada hay menos insustituible que una madre, como nos han contado las primeras narraciones orales que escuchamos desde la cuna, o las nanas que acariciaban nuestro sueño. Madres leídas en los textos de Sófocles, cuando cuenta Yocasta, o la madre de Mientras agonizo, de Faulkner, que trasladan su cadáver a otra ciudad del estado. Y traigo aquí a la Madre coraje, de Brecht, sin olvidarme de La madre, de Gorki, o de aquel personaje, Úrsula Iguarán, que vertebra Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Toda la historia de la literatura está impregnada por la madre como figura, como protagonista de la historia, de las historias narradas desde la intensidad del amor debido y nunca suficientemente correspondido.
Y desde lo más profundo de la banda sonora de mi vida viene una canción que es un himno, el tesoro de la melancolía cuando la canto despacio, susurrándola, en honor de todas las madres: «Miña nai, miña naiciña, como miña nai ningunha, que me quentou a cariña co calorciño da súa». Imposible decir más.
Reivindicaré siempre esta palabra, la voz madre, y su significado. Evitaré los falsos y provocativos eufemismos y juegos de palabras de los lenguajes aparentemente instalados en una modernidad efímera; y si madre es ternura en su polisemia, también es ausencia, y, como suelo hacer cuando voy a mi pueblo, como ella ya no está conmigo visitaré su sepulcro para escuchar su silencio elocuente como cuando era un niño. Madre.