Que no se note que lo recuerdo; reproducir todas las capitales del mundo. No vaya a ser que alguien se dé cuenta de que puedo alcanzar el significado de las palabras más difíciles, los cauces en los que van a desembocar ríos sin memoria. Que nadie sepa que tengo la capacidad de enamorarme en simultáneo de seres distintos; de extraer lentitud en los movimientos de las rodillas cuando pasábamos las tardes juntos en la adolescencia. Prefiero que no se descubra que pienso por mí misma; parecer resabiada. No me gusta hablar en público, que se sorprendan si puedo argumentar y citar párrafos de libros de la Edad Media —no sea que me confundan con Teresa de Jesús disfrazada de vaqueros—. He de convencerme de que, si tengo éxito, los hombres que me querían regular, dejarán de hacerlo; no les agradará que los vean departir con monstruitos. Que nadie averigüe que amé un cuerpo por la belleza que era capaz de extraer para mi percepción, como un chupóptero absorbe el jugo del polen de las flores. Al moverse las manos, yo aspiraba el germen del origen del mundo, el mapa del destino que veía circular en carretera. Si descubren una especial lucidez en mis cualidades me dejarán sola, y quiero compañía, incluso de los perros. Algunas de estas reflexiones podrían merodear por la mente de mujeres con alta capacidad intelectual. Pronto deben aprender que destacar por la inteligencia trae problemas. Empezarán a vislumbrar la comezón de la envidia, el odio que eso podría despertar en otros; que ser distraída es tener la mente ocupada bebiendo en la fuente de la creatividad. Estas niñas robustas de talento sospecharán de sí mismas que son impostoras, queriendo compararse con Virginia Woolf o Madame Curie; desayunando en el paraíso de la imaginación con las esposas de poetas que se tragaron sus dones para conservar el aroma del amor que se esfumaba si ellas eran las artistas. Cualquier cosa será posible para que no les arrebaten los hilachos, los desperdicios de lo que quedaba del reconocimiento, ya que ellas rozan todos los talentos. No hay capacidad humana en potencia sin la gestación en una mujer, sin embargo, permiten pasar a todos delante para no tener que combatir en su vida con el síndrome de la impostora: no creerse merecedoras del espíritu que les brilla por la dotación de la naturaleza, y que les ha sido negado tantas veces por el modo patriarcal de concebir las relaciones humanas.