El aburrido discurso de un dictador

Juan Rodríguez Garat ALMIRANTE RETIRADO

OPINIÓN

María Pedreda

06 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El reciente discurso de Putin a su pueblo y al mundo sobre la guerra en Ucrania ha sido decepcionante para muchos rusos. Putin les ha asegurado que Rusia es invencible, pero no les ha dicho cómo piensa vencer. Ha sido, además, aburrido para los analistas occidentales que, para sacar un titular de la hora y media de espesa intervención, han tenido que exagerar las repercusiones de la «suspensión» de un tratado de control de armas nucleares, el nuevo start, que en la práctica ya estaba suspendido.

Si Maquiavelo, el maestro de quienes aspiran a destacar en la popular asignatura de hacer política sin escrúpulos, hubiera podido escuchar a Putin, probablemente no le habría puesto mucho más que un cinco. «Aplicado, pero le falta originalidad», imagino oírle decir desde el más allá.

En solo doce palabras de su obra El príncipe, el politólogo florentino, que ejercía su profesión antes de que se inventara tan feo término para describirla, explica mejor que Putin las verdaderas razones de la invasión: «Nada le proporciona mayor estimación a un príncipe que las grandes empresas». Maquiavelo pone como ejemplo la conquista del Reino de Granada por Fernando el Católico. Ucrania, para Putin, tiene un papel parecido.

No le reprocharía Maquiavelo a Putin haber mentido para ocultar su verdadera ambición. El italiano comprendería mejor que nadie que era necesario hacerlo porque, cinco siglos después de la toma de Granada, la humanidad ha proscrito el derecho de conquista. Pero sí le reprocharía al líder ruso su falta de imaginación. Porque todo lo que expuso Putin en su discurso lo ha dicho algún dictador antes que él.

Putin asegura que, cuando se vio obligado a ordenar la invasión, Ucrania amenazaba la seguridad de Rusia. Este es en verdad un argumento más absurdo que original. Stalin, cuando invadió Finlandia en 1939, ya había alegado que lo hacía por razones de seguridad. La frontera entre ambos países estaba entonces a 32 kilómetros de San Petersburgo y ¿quién le iba a asegurar a él que Finlandia no albergaba la intención oculta de arrebatarle a la pobre Unión Soviética la gran ciudad del norte?

Por cierto que el carácter humanitario de la invasión, del que hoy alardea Putin, también lo explotó Stalin en su momento. Si hoy Lavrov insiste en que Rusia no ataca a los civiles, el entonces ministro de exteriores soviético, el igualmente infame Molotov, aseguraba que el bombardeo de las ciudades finlandesas no era tal, sino que los aviones rusos dejaban caer sobre ellas los víveres que el pueblo necesitaba para sobrevivir.

¿Qué decir del equilibrio en las relaciones internacionales? Putin dice querer un papel relevante para Rusia en el nuevo orden. La cosa, sin ser tan absurda como la hipotética amenaza de Ucrania a una nación con 6.000 ojivas nucleares, sigue sin ser original. Esa fue la justificación que dio Mussolini para invadir Abisinia: la necesidad de encontrar un papel para la Italia fascista en el mundo de entonces. No voy a disculpar a Mussolini, pero al menos él lo hacía cuando el colonialismo todavía encontraba cierto apoyo en un supremacismo racista —sobre los africanos entonces o los ucranianos ahora— que hace un siglo ni siquiera estaba mal visto.

De todos los pretextos que utiliza Putin, el de la defensa de los ciudadanos de etnia rusa en Ucrania es el más gastado. Por dar una única referencia, el trato a los ciudadanos germanos en los Sudetes fue también el pretexto argüido por Hitler para justificar la invasión de Checoslovaquia, uno de los capítulos del prólogo de la Segunda Guerra Mundial.

¿Y los presuntos derechos históricos? Nada nuevo hay tampoco en este pretexto. Como el mundo ha dado muchas vueltas, siempre hay un Rus de Kiev —o un califato de Córdoba— para justificar cualquier guerra. Todos sabemos por qué invadió Kuwait Sadam Huseín, por más que él nos asegurara que esa tierra había pertenecido al Valiato de Basora, y que fueron los británicos quienes impusieron su independencia. Poco más o menos lo que dice Putin de Ucrania y los bolcheviques.

Pero si hay un dictador realmente parecido a Putin en su discurso, ese es Slobodan Milosevic. Fue el criminal de guerra serbio quien con más convicción combinó el supremacismo nacionalista que, hacia su pueblo, amparaba el sueño de la gran Serbia, con un discurso victimista cara al exterior, con el que acusaba al mundo de «serbofobia» en un vano intento de descalificar las acusaciones sobre sus desvaríos políticos y sus crímenes de guerra.

No solo aconsejaba Maquiavelo a los príncipes que mintiesen para encubrir la naturaleza de sus actos, sino que les prometía impunidad: «Los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes que quien engaña hallará siempre alguien que se deje engañar». Un texto así ha dado aliento a muchos malos gobernantes. Demasiados ya. ¿No habrá llegado la hora de que seamos los ciudadanos, y no los príncipes, quienes le llevemos la contraria a Maquiavelo?