No es fácil teclear esto cuando, detrás de la pantalla, está su silla vacía. En las redacciones, que son un poco como los colegios, el compañero de mesa es como el compañero de pupitre, al que le cuentas todo cuando el profesor no mira. No es que hiciésemos piececitos, como decía Nacho Mirás que hacía con su compañero de pupitre José Luis Alvite en la delegación de La Voz en Santiago, más que nada porque la redacción de Sabón es muy seria para esas cosas y porque en el medio hay una papelera en la que yo tropiezo cada día sin falta al estirar las piernas.
En el último wasap me decía «nos vemos el lunes, don Luís», porque descansaba un par de días. La última llamada desde su móvil ya no fue suya. La hizo Elsa, su pareja, para contarme que Nacho, nuestro Nacho de la Fuente de la sección de España e Internacional, había muerto en sus brazos.
Cuando colgamos y pude recobrar la voz, se lo conté a los compañeros y la redacción, que muchas veces más que como un colegio es bulliciosa como el patio de ese mismo colegio, se quedó helada en un silencio como de hongo nuclear.
Con Nacho me unían, además de la mesa compartida con vistas al polígono de Sabón y al molinillo de Inditex, algunas cosas cruciales. Fuimos al mismo colegio, aunque, a esas edades, tres cursos de diferencia eran un muro infranqueable. Sentía devoción por sus hijos —como yo por mis niñas— y cada vez que hablaba de ellos se le iluminaban los ojos por dentro. Nacho sonreía mucho con los ojos y tenía ese fino sentido del humor del país, que consiste en sonreír más que en carcajearse, aunque muchas veces, en medio del follón que se arma al montar cada día este libro volátil que es un periódico, también nos carcajeábamos del caos nuestro de cada día o de los últimos delirios de Ramón Tamames y Elon Musk.
Además del colegio de antes, de este colegio de ahora mismo que llamamos trabajo y del amor incondicional a nuestras criaturas, a Nacho y a mí nos unía la amistad con nuestro añorado Nacho Mirás. Coincidimos mucho en el mundo real y en el mundo imaginario de internet desde que allá por el 2008 o el 2009, ya no me acuerdo, nos dio a los tres por esta cosa de los blogs y Twitter. Ellos iban muy por delante, claro, Mirás con su Rabudo y De la Fuente con La Huella Digital, dos blogs que eran dos cumbres del periodismo digital cuando todavía no sabíamos siquiera que eso se llamaba así.
Entre las cosas cruciales de la vida que los dos queríamos estaba también este oficio de contar cosas. Nacho debatía sobre si una noticia debería ir a dos o tres columnas con esa intensidad que solo tienen aquellos a los que todavía les importa esta forma descabellada de ganarse la vida. Y, por supuesto, a los dos nos unía Betanzos, que es uno de esos amores imperecederos que uno encuentra muy de vez en cuando.
No sé en qué ventanilla hay que presentar ahora una reclamación. Los agnósticos, por no tener certezas, ni siquiera sabemos a quién tenemos que quejarnos cuando pasan estas cosas. No sé si estoy cabreado con Yahvé, con el Big Bang, con Jesucristo, con Shiva o con Zeus. Pero esto no se hace. Miro la silla vacía de Nacho y no entiendo nada.