La economía se ha venido definiendo de distintas formas a lo largo de la historia. En las primeras acepciones se hacía referencia a las necesidades para vivir, como la que acuñó Adam Smith, cuando dejó escrito que el objeto de la economía era suministrar al pueblo abundantes ingresos o medios de subsistencia, así como proveer al Estado de rentas suficientes por los servicios prestados. Lionel Robbins, en 1930, centró el objetivo y la definió como la ciencia que estudia la conducta humana como una relación de fines y medios escasos aplicables a usos alternativos. Posteriormente, Paul Samuelson, en sus célebres manuales, subrayaba dos conceptos: la escasez y la eficiencia; o sea, reconoce la realidad de la escasez y, luego, hay que encontrar la manera de organizar a la sociedad de forma que produzca con el uso más eficiente de los recursos.
Ahora, después de los últimos acontecimientos y en plena fase de transiciones, ya sean energética o digital, la economía se conforma de manera más compleja, interdependiente y llena de matices. En este sentido cobran fuerza distintas manifestaciones en lo que respecta tanto al propio objeto de la economía como a las diferentes interpretaciones y objetivos finales.
Llama la atención la amplitud de miras, de enfoques y de misiones. Quizá haya sido la formulación de las nuevas metas, las incluidas en la Agenda 2030 en torno a los Objetivos del Milenio, para poder abarcar y abordar las nuevas visiones actuales.
Siguiendo dicho análisis, podemos afirmar que la economía se colorea. De esta forma, se aprecian nueve formas distintas de enfoque en torno a los fines y objetivos económicos.
a) Economía verde, aquella que se centra en el respeto al medio ambiente; sus objetivos consisten en reducir los riesgos medio-ambientales.
b) Economía azul, la que muestra interés en la relevancia de los mares y los océanos, junto a la preservación de los recursos allí ubicados.
c) Economía amarilla, la que incluye las actividades relacionadas con la tecnología y la ciencia.
d) Economía roja, la que hace referencia al consumo de bienes no siempre necesarios; o sea, refleja una propensión al consumismo.
e) Economía naranja, la que estudia la propiedad intelectual y las cuestiones relacionadas con el arte y la cultura.
f) Economía gris, la que incluye las actividades relacionadas con los impuestos y las revisiones fiscales.
g) Economía negra, la que se refiere a las actividades ilícitas, terrorismo y drogas.
h) Economía violeta, aquella que menciona los objetivos relacionados con la igualdad de género.
i) Economía plateada, la que hace referencia a las personas mayores.
En suma, cada vez se hacen menos referencias a las políticas monetarias, fiscales, cambiarias y de rentas. Se enfatiza más en una parte más específica, inmediata y próxima. Solo se acude a las políticas clásicas cuando la situación es límite y se requiere una intervención, control y regulación de las variables claves. Esto es, cómo fijar los tipos de interés, cómo controlar la masa monetaria o cómo regular los intercambios comerciales. Fuera de ello, los políticos y los analistas financieros no hacen más que insistir en unas visiones de futuro coloreadas. Nace, pues, un nuevo relato, muy atractivo pero… incompleto.