Sobre vientres expropiados y nuevas esclavitudes

Jorge Sobral Fernández
Jorge Sobral CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA DE LA USC Y DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLÍTICA Y SOCIOLOGÍA DE LA USC

OPINIÓN

16 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Casi pareciera osadía atreverse a decir algo más sobre el asunto Obregón. Esto no va de ella en particular, sino sobre las obregones que hayan sido. Así pues, como entremés, una disculpa y una confesión: la expresión «vientre de alquiler» me parece desafortunada, salvo que aceptemos el contrabando semántico que acoge. La esencia de lo alquilado es su perfume a transitoriedad, a ligereza, a uso frente a propiedad. Me temo que cada gestación requiere su propio «vientre». Ese vientre nunca repite, panta rei, nunca te bañarás dos veces en el mismo río… Cada gestación remite a un universo sensorial, emocional, simbólico, tan irrepetible, que ni la clonación supondría «más de lo mismo». Nunca. Luego, ese «vientre», esa experiencia, la gestante no lo alquila: lo vende. Y la consumidora, no lo alquila: lo compra. Y no lo devuelve. Alguna insatisfacción conceptual más; tanto la vendedora como la compradora, mercadean con productos averiados. La gestante vende el producto de una maternidad amputada del después; la compradora adquiere una maternidad amputada del antes.

Pero, más allá de las simetrías temporales, ni asomo de equidistancia en mi intención. La desigualdad en poder y dinero, acusa a unos y no a otros. Salvo algún caso de altruismo extraño, los estudios indican que las vendedoras suelen pertenecer a clases empobrecidas, a grupos étnicos discriminados, a colectivos de migrantes desposeídos hasta del privilegio del jarrón: un lugar propio. Y, a menudo, les afectan una perversa mezcla de todos esos factores. O sea, se venden por necesidad; esclavitudes de nuestro tiempo. Se amputan un futuro de madres de esa criatura para subsistir. No se pueden permitir los lujos románticos de la ternura y el amor de la crianza. La compradora actúa a través de un vericueto psicológico muy intrincado: convierte un deseo en un supuesto derecho, con el salvoconducto moral del pago; oculta a sí misma ese incómodo matiz, y aparece hermosa ante el espejo: estoy llena de un amor y sentimientos en busca de destinatario.

Además de bebés, se agencian uno de esos espejos de feria. Excelente labor de maquillaje que sombrea el capricho, la inmadurez, la intolerancia a la frustración, la incapacidad para adherirse a alternativas realmente benéficas (las adopciones sí posibles). Pero no nos engañemos: ese espejo deformado no solo proyecta bondad y belleza para autoconsumo de la usuaria. Muchos espectadores se contaminan de esa misma alucinación, y acaban comprando el engaño. Y es que la lluvia fina, moja. Hace algún tiempo que jarrea modernidad «liquida» (Bauman). La posmodernidad sacudió algunos de los cimientos de la racionalidad y las certezas. La posterior licuación, la fluidez, la incertidumbre, la falta de anclajes intelectuales, personales y comunitarios, está haciendo el resto. Nada es verdad, todo vale, viva el subjetivismo rampante de las opiniones glorificadas, por estúpidas que sean, sin asideros ciertos («era de la posverdad», llaman ahora al blanqueo del eterno mentir y engañar en beneficio de los poderosos). También los sótanos del razonamiento moral se han inundado: los relativismos prosperan, el criterio del bien y del mal, inaprensible, se escurre entre los dedos. Y, como la sociología ad hoc enseña, ello abona y conecta directamente con el individualismo feroz y con la desigualdad. Ante la riada, sálvese quien pueda. El marxismo más o menos clásico describía la extracción de la plusvalía al esfuerzo del trabajador. En un tiempo, al menos, los explotados gozaron de cierta compasión. Hoy, mucha gente, asiste impasible a la «nueva plusvalía»: la transferencia de «renta emocional» desde los pobres a los que no lo son. En realidad, las obregones no alquilan esas emociones… Y, en sentido estricto, ni siquiera las compran. Yo diría que las «expropian», en una operación de imposible justiprecio. En EE.UU. esto es legal. Ellos sabrán. O quizás no.