Sigue detectándose un maquiavelismo excesivo en la acción política cotidiana, sin que se nos ofrezca una forma cabal de sortear o corregir las argucias y truculencias que acampan por libre, al servicio de los interesados que las pastorean. Nicolás Maquiavelo, padre de la Ciencia Política moderna, dejó sentencias que aún ahora son de tanta aplicación como en su época. Es decir, que se agudizó el perfil truculento de la política, sin haber mejorado su esencia pública. «Porque el mal —lo dijo él— se hace todo junto y el bien se administra poco a poco».
La realidad se ha ido convirtiendo en un ejercicio político en el que «pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos». Lo dijo el sabio florentino: «Es un mal ejemplo no observar una ley, sobre todo por parte del que la ha hecho». Algo que sigue ocurriendo con incontenible frecuencia, y constituye un «mal ejemplo» que se repite cada vez con más «naturalidad». Una naturalidad en la que está la clave del mal. Es así como esa falsa naturalidad se impone sobre la verdad y la mentira, esto es, por encima de lo cierto y de lo falso. Algo con lo que ya convivimos con una pasmosa naturalidad, cuando lo natural debería ser una crítica severa desde un exigente seguimiento informativo. Maquiavelo inventó lo de ser maquiavélico —un hábil e incorregible defensor de sí mismo y de sus intereses—, y así seguimos, con políticos maquiavélicos. Porque el maquiavelismo ya no está mal visto, ni se persigue.
Si hoy renaciese el hábil florentino, tal vez solo él se asombraría de la realidad, porque él sí murió convencido de que sus tiempos eran maquiavélicamente insuperables. Y no solo sus tiempos, sino, sobre todo, sus colegas políticos, esto es, sus contendientes y sus partidarios. Maquiavelo hoy no saldría de su asombro al ver la cantidad de discípulos que le han sobrevenido con el paso del tiempo y que están en permanente acción. No tienen el talento del florentino, pero muchos lo superan en ambición y descaro. Porque a la política se va con la ambición de conseguir algo. Por eso todos llegan armados de promesas, y luego hacen lo que más les conviene. Y, si no, repásense los quehaceres del gran Maquiavelo, porque había mucho talento en él. La pregunta es si lo hay ahora en esta España de Sánchez y compañía.