Nadie sabe bien de qué gozar, por eso lo que nos resulta más fácil es rechazar el goce del otro. Ese rechazo es el fundamento de todo racismo. Pero para actuar ese rechazo tenemos que pensar al otro como subdesarrollado. Esto se hace especialmente difícil cuando el otro a despreciar ocupa al mismo tiempo un lugar de prestigio (es el caso de Vinicius). En ese caso, apoyándose en el color de su piel, se le intenta animalizar, rebajarlo a lo infrahumano.
Hablar aquí de lo infrahumano tiene todo su sentido porque, como señaló el psicoanalista Jacques Lacan, el racismo se sustenta de pensar que «un hombre sabe lo que no es un hombre». Creer saber lo que no es un hombre ha sido la puerta abierta históricamente a todo tipo de barbarie.
En la lógica racista no está solo en juego el color de la piel: el mismo energúmeno que profiere insultos racistas a Vinicius puede adorar al brillante jugador negro de su equipo. Pero al suyo le concede ser de la parroquia. Por eso mismo, los insultos más degradantes pueden dirigirse al jugador, independientemente del color de su piel, que abandonó la fraternidad grupal para alistarse en el equipo rival. El odio dirigido al diferente cohesiona al grupo. Lo que más une es compartir un rechazo.
Las razas no se definen exclusivamente por la etnia o el color de la piel. No hay más razas que las de discurso, las de compartir un discurso. Un discurso unifica y segrega a la vez. Vinicius también hizo ver a la afición de Mestalla, como tan bien analizó César Casal en estas mismas páginas, que él es de «la raza de los de Primera», señalando que ellos podrían ser «de Segunda». Esto de ninguna manera puede servir de excusa, ni mucho menos justificar, ninguna expresión racista. Pero sí advertirnos sobre el núcleo de racismo que habita en cada uno.
El ataque racista a Vinicius ha actualizado la pregunta de si España es racista. A esto habría que responder que el racismo, como pasión del ser conectada con el odio, solo puede ser propiedad de un sujeto y de su cuerpo: hablamos de odio visceral precisamente porque se siente en el cuerpo. No hay naciones racistas, solo sujetos racistas que, eso sí, necesitan normalmente del amparo del grupo para actuar su racismo. El grupo es el que permite establecer la división entre ellos y nosotros. Por eso hay una relación entre el racismo y la grupalidad acrítica. El racismo siempre tuvo un importante caldo de cultivo en los fenómenos de masa. Por eso no resulta extraño que la rivalidad entre equipos, y aficiones, facilite las expresiones xenófobas y racistas. Sin ir más lejos, podíamos estar hablando de turcos y portugueses.