
Una de las formas más graves de racismo es pensar que los españoles somos todos blancos. Pensar que todos los gallegos somos blancos. Esa es una falacia. Una mentira racista y por eso los negros aún tienen que reivindicar que existen, que están aquí, que forman parte, que son. España no es blanca, ni literal ni metafóricamente, como se ha visto con el caso Vinicius, que ha desatado el horror y nos ha puesto el dedo en el ojo: somos racistas. Lo somos cuando la mayoría todavía le sigue preguntando a un negro de dónde es, como si no hubiera posibilidad real de haber nacido en Curtis con otro color de piel y hablar gallego. O cuando la mayoría le sigue tocando el pelo rizado a un negro como una extrañeza exótica que no se pueda dar en el barrio de Os Castros. Ahí está la supremacía blanca dibujando un perfil del españolito y del galleguiño medio que no es, y que, afortunadamente, no será. Porque en ese futuro que tenemos encima, los gallegos que vienen no nacerán precisamente en Baralla. Tienen raíces dominicanas, colombianas, senegalesas, venezolanas y de tantos colores diferentes que, como dijo aquel político en otro contexto: «Aquí no nos va a conocer ni la madre que nos parió». Esta Galicia, y esta España, multirracial y diversa es la real y la que avanza, le pese a quien le pese. Así que los que aún crean que viven en otro mundo, ya se pueden ir mudando la piel, porque sus nietos y los hijos de sus nietos ya nunca más serán blancos.