Curiosamente, la aventura presidencial del gran rival de Donald Trump en la derecha estadounidense, Ron DeSantis, no comenzó en un mitin, sino en Twitter. Y con el tuitero jefe, Elon Musk, como anfitrión.
Aunque el refrán dice (y dice bien) que «lo que mal empieza mal acaba», que el lanzamiento de la campaña fuera un desastre técnico es una anécdota. Lo relevante es el papel de Musk, que parece querer convertir Twitter en un santuario para los partidarios de la extrema derecha más radical, ahora desencantados con la cadena Fox por haber reconocido ?casi a la fuerza? que las acusaciones de fraude masivo en las elecciones que ganó Joe Biden eran patrañas de Trump.
Ese colectivo no quiere que le digan la verdad. No le importan las noticias, los hechos o los datos. Solo quieren escuchar lo que le encaja con su esquema ideológico antidemócrata, autoritario e iliberal. Y emigran, en estampida, en busca de quién les dé su dosis diaria de teorías de la conspiración y descalificaciones del rival. Pasó lo mismo en la pandemia. Los antivacunas renegaban de los medios que apostaban por la ciencia y rechazaban sus tesis mágicas y ocultistas. Hicieron ruido. Sin éxito. Y acabaron encontrando refugio en oscuros grupos de Telegram. ¿Y si hubieran tenido a Musk para que les abriera las puertas de Twitter?