El día después de su sorpresivo anuncio de adelanto electoral, el autor de Manual de resistencia se deja caer, literalmente, delante del retrato de su predecesor. Acaso el hombre espera saber qué se siente cuando uno pasa de la cainita realidad al lienzo. El tal Mariano Rajoy no se lo va a decir, primero porque no puede hablar, y segundo porque si pudiera hacerlo a lo mejor le lanzaba su críptico «un vaso es un vaso y un plato es un plato», y ya. Al fin y al cabo, este galán es aquel que, literalmente, lo dejó hecho un cuadro. Así es la política y la vida. Hasta Pedro Sánchez sabe que tarde o temprano todos los presidentes del Gobierno acaban colgando de una pared en la Moncloa. La cosa está en retrasar como sea ese momento un poco horca, incluso aparentando que uno está loco por irse. Porque Pedro, si está loco, es por quedarse. Y habiendo pactado con Pablo Iglesias o Arnaldo Otegi, no debería ser complejo hacerlo con el mismísimo diablo. Sí, todo sea por el bien de este país.