Quizás era la convocatoria anticipada de elecciones la inspiración de un político como Pedro Sánchez para reiniciar el relato. O para finiquitar el nuevo ninguneo al socialismo donde la derecha suele situar su relato cuando no está en el poder. Dejando aparte el de Zapatero, un relato de etas y 11 de marzo, negación del fin del terrorismo, estatuto catalán y Tribunal Constitucional, unido a la gran crisis financiera del 2008 y los errores del propio Zapatero y su Gobierno, el relato con el «felipismo» allá en los 90, y el vigente sobre el «sanchismo», han buscado ningunear al partido socialista y a sus dirigentes, incluidos Lamban y García Page.
Desde el 2015 la política española vive en una montaña rusa. Ensayada la estrategia popular de deshacerse de su socio y competidor Ciudadanos, sostenida en los adelantos electorales de Ayuso y Mañueco con éxito, y afianzada la mayoría absoluta en Andalucía con la desaparición de Ciudadanos, la estrategia del ninguneo a los socialistas convirtiéndolos en sanchistas, sin olvidar a los vascos tan atendidos por Ayuso y los suyos, ha logrado la victoria. A la que ha contribuido un Gobierno de coalición, el Frankenstein que, entre errores y enmiendas forzadas a su acción de Gobierno, como la del «solo sí es sí», han llevado a la minoría socialista a perder las elecciones municipales y autonómicas. Unido a una falsa percepción de la realidad ofrecida por el CIS de Tezanos, y a la combustión lenta de los partidos a su izquierda.
La convocatoria electoral, y los 54 días de vida del sanchismo profetizados por Feijoo, permitirán asistir a un debate continuo entre el sí y el no. Un debate que, desde la noche electoral del 28 de mayo hasta la convocatoria electoral doce horas después, ha cambiado sus ejes. Del diseñado ¡váyase, señor Sánchez! que con distintas cargas de bombo se preveía interpretar en los próximos seis meses, se ha pasado a querer decir u ocultar lo que quieren ser los dos grandes partidos en liza, el Partido Popular y el Partido Socialista. Uno desde la victoria, con un Vox no deseado pero asumido como socio, y el otro con los ejes de su alianza en un hipotético gobierno de coalición todavía por definir.
Quizá sea en esta segunda vuelta electoral donde tendremos que situarnos entre el sí y el no. Porque mientras Feijoo sigue haciendo lo posible para que su asociación con Vox, tan inevitable como ensayada previamente, pase lo más desapercibida posible, los socialistas —incluidos sus barones que a las doce horas de la derrota han vuelto a la contienda— han decidido que con el PP no hay lugar para ninguna abstención como la que hizo presidente a Rajoy. No les resulta fácil olvidar que en campaña también han llamado delincuente —Mojacar, además con un chusco secreto judicial— a su secretario general. Sin olvidar a Sumar, y a los partidos vascos y catalanes, que también juegan en este dilema entre el sí y el no de las elecciones generales.