En el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, donde se guardan tantos vestigios rescatados de la lava en Pompeya, han empezado a restaurar esta semana uno de los más hermosos. Se trata del impresionante mosaico que apareció en la llamada Casa del Fauno y que mide casi tres metros de ancho y más de cinco de largo. Representa un momento de la batalla de Issos, o de la de Gaugamela (o, más probablemente, es una mezcla de las dos). En aquellos encuentros míticos se enfrentaron Alejandro Magno y el rey Darío III de Persia, que es como decir que se enfrentaron Europa y Asia. El mosaico contiene el retrato más famoso de Alejandro, ese que aparece casi siempre en las cubiertas de sus biografías: montado sobre su caballo Bucéfalo, el pectoral de su armadura decorado con la cabeza de la Gorgona y sus cabellos brillantes del oro en polvo con el que se salpimentaba la cabeza para que el sol le hiciese parecer un dios.
Un mosaico es un tipo de obra de arte muy particular: es un cuadro pensado para andar sobre él, y este era el suelo de una estancia en una casa rica. Por eso, aunque está muy bien conservado, presenta socavones aquí y allá: hay uno sobre el ejército persa, otros dos junto a la cabeza de Alejandro, otro grande en forma de media luna por debajo de su figura… No sé exactamente en qué consistirá la restauración que acaban de emprender. Creo que se trata de reparar la base de cemento en la que están pegadas las teselas que forman el puzle. Al exhibirlo durante muchos años en vertical, en vez de en el suelo, parece que se ha dañado. Pero espero que no toquen esos socavones. A mí siempre me han parecido fascinantes desde que un día me di cuenta de que en ellos se puede leer la forma en la que se miraba este mosaico hace dos mil años.
El lector puede buscar una copia y seguirme en la visita. La escena que yo me imagino es esta: el anfitrión y sus invitados observan en primer lugar la figura de Darío. El anfitrión se coloca en ese lugar dañado sobre los persas para contar una vez más la historia de la huida del rey ante Alejandro. Mientras, los invitados le escuchan parados del otro lado de la figura, donde ahora hay también un bache. El anfitrión camina entonces hacia la izquierda para explicar lo más importante, la figura de Alejandro, y de ahí el pequeño socavón que hay en un árbol sobre su cabeza. También dedica unas palabras a su famoso caballo Bucéfalo, con lo que pisa el cuerpo de un persa que tiene delante, justo donde ahora se ve otra cicatriz. Frente a él, los invitados escuchan atentos formando un semicírculo en torno a la figura de Alejandro. Lógicamente, evitan poner los pies sobre su rostro o el de su caballo. Y de ahí el destrozo en forma de media luna. Esta visita, repetida innumerables veces a lo largo de muchas décadas, quizá de dos siglos, iba dañando el mosaico. Al principio se reparaba con cuidado, preocupándose de reemplazar las teselas con otras parecidas. A partir de algún momento del siglo I, se empezó remendar con cemento sin más. Pero esa chapuza es tan antigua que también es ya arqueología.
Sí, el mosaico es un tipo muy particular de obra de arte. Hecho tesela a tesela, es en sí mismo una reflexión sobre la realidad y la vida. Estas también están hechas a base de incidentes y momentos que no parecen tener nada que ver entre sí, pero que vistos con la distancia apropiada crean formas y tienen sentido, y a menudo incluso belleza. Como en la realidad y en la vida, también lo que falta es parte de la historia.