Votar mal

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

Alejandro Martínez Vélez | EUROPAPRESS

07 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Solo dos mujeres ocupaban un escaño en las cortes republicanas de 1931, Victoria Kent, del Partido Radical Socialista, y Clara Campoamor, del Partido Republicano Radical. El 1 de octubre de ese año, el Parlamento debatió una reforma constitucional para legalizar el voto de las mujeres, defendido con obstinación por Campoamor y despreciado por estrategia por Kent, a quien inquietaba que la mayoría del voto femenino fuera conservador y malograra la consolidación de la República. Se impusieron por cuarenta votos las tesis de la diputada radical y enseguida se demostró que la orientación ideológica de los sufragios era más social que de género, pero la teoría de Kent ha quedado para la historia como el ejemplo más perverso de la teoría del mal votar, que era lo que temía la socialista que hicieran las mujeres.

Nunca se vota mal. La democracia es eso. Aunque los ganadores despedacen el país, lo desprecien, lo salden, lo ignoren, lo utilicen, lo esquilmen, lo arrasen, incluso aunque los ganadores utilicen a quienes los votaron para impedir que quienes los votaron puedan volver a votar. Incluso así, no se vota mal, porque lo bueno de esto es precisamente eso, que cada quien vote a quien le pete, aunque esa elección sea al final una calamidad para todo el mundo. Se vota (o no se vota) por conciencia, por capricho, por cabreo, por enfado, por amor, por ideología, por fastidiar, se vota con el cerebro, con las tripas, con el estómago, por miedo o por precaución, por ganas de cambio o de continuar, porque sí o porque no. El hecho de votar tiene importancia en sí mismo, porque es muy grande que dé igual el género, la edad o la pasta que tienes en el banco. Pero nunca se vota mal. Otra cosa es el juicio que nos merecen los elegidos. Solo hay que ir a los libros de historia y comprobar quién está detrás del progreso.