De niños teníamos una jaula de grillos de plástico, sin saber muy bien por qué. No conocíamos la tradición china de meterlos en jaulas de madera para traer buena suerte a la familia. Nuestras madres no comprendían que considerásemos mascotas a aquellos bichejos. Podían aceptar una jaula con un canario, un jilguero o un periquito; podían incluso admitir, gracias a los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, que el lobo ibérico, el buitre leonado y el lirón careto fuesen imprescindibles para el ecosistema; pero no podían entender aquel falso animalismo doméstico, aquel afecto por unos insectos noctámbulos y ruidosos. Con los grillos cometíamos varios errores: les dábamos lechuga, cuando, aun siendo omnívoros, no les sienta bien; metíamos a varios en la jaula, cuando, tratándose de animales agresivos y territoriales, se atacan entre sí; pensábamos que todos cantaban porque estaban contentos, cuando, como parte del cortejo, solo lo hacen los machos que compiten por las hembras; creíamos que cantaban, cuando, de hecho, frotaban las alas.
La expresión jaula de grillos se usa para aludir a un espacio donde hay alboroto y confusión, porque quienes lo ocupan no se entienden entre sí y tanto andan a la greña como a la gresca. Por ejemplo: el espacio a la izquierda del PSOE. El votante que desea la unión de la izquierda, para frenar a la derecha y, sobre todo, a la ultraderecha, puede distinguir las escalas electorales (local, autonómica y estatal), pero no acaba de ver diferencias ideológicas y programáticas como para que se presenten por separado partidos, más que afines, homólogos. Cuando a la división sigue la dispersión, los resultados electorales no descienden, se desploman. Cuando los objetivos sociales son sustituidos por los orgánicos, los partidos dejan de ser instrumentos para mejorar la vida de la gente.
Así las cosas, ese votante, otrora utópico, puede abstenerse o reinventarse un concepto propio del voto útil: castigando a quienes dificultan el frente común, apoyando a quienes tienen difícil alcanzar el porcentaje mínimo para la representación, volviendo a votar a alguno de los partidos tradicionales, votando en blanco... Ya entonces sabíamos que no era un juguete aquella jaula de grillos.