![](https://img.lavdg.com/sc/vj4AqxyHwJ1g5KKOfh3I-117f4M=/480x/2023/06/14/00121686770882180776377/Foto/Z22D8023.jpg)
Hace poco les mostré cómo tratar de lidiar con el riesgo a través del valor promedio de los activos (arriesgados) resultaba infructuoso. Y les prometí que no quedaba más remedio que encontrar otra forma de hacerlo. Pues ahí va.
Dado que no es lo mismo «medir» un euro que un millón, para enjaular el riesgo podemos buscar alguna medida que pondere las cantidades monetarias e incorpore otros aspectos no cuantificables. La solución estaría en la utilidad que reporta la posesión de un activo incierto y que vendría a ser la suma de las utilidades elementales obtenidas de cada posible rendimiento del activo multiplicada cada una de ellas por la probabilidad de que ocurra ese rendimiento. Esta medida, propuesta en 1947, se conoce como utilidad esperada y permite caracterizar la actitud frente al riesgo de las personas, las empresas, los bancos, las compañías de seguros...
Pues bien, dada la respuesta de la gente frente al juego de lanzar la moneda al aire que les mostré la vez pasada —nadie pagaba más de unos cuantos euros por participar en él, a pesar de que se podía esperar que diese un gran premio— dicha respuesta es congruente con esta nueva medida y vendría a corroborar la aversión al riesgo, porque la utilidad de participar en dicho juego es inferior al valor promedio del juego (que, recordemos, era infinito). Y esta nueva medida también es congruente con el hecho de jugar a la lotería de Navidad, si admitimos que la gente que juega lo hace porque los premios grandes le reportan una utilidad inmensa.
¿Hemos resuelto el problema? Desafortunadamente, no. Miren la siguiente paradoja y verán que esta nueva medida sigue sin ser apropiada para tratar con el riesgo y la toma de decisiones arriesgadas. Si le dan a elegir entre jugar un juego (juego A) en el que gana un millón de euros con seguridad o jugar otro (juego B) donde ganará un millón con el 89 % de probabilidad, 5 millones con el 10 % y nada con el 1 %, ¿cuál escoge? ¿Y si le dan a elegir entre un juego (juego C) en el que gana un millón con el 11 % de probabilidad y nada con el 89 % o un juego (juego D) en el que gana 5 millones con el 10 % de probabilidad y nada con el 90 %? El criterio de la utilidad esperada prescribe que una persona racional debería elegir las opciones A y C o las opciones B y D. Sin embargo, la mayoría prefiere A en el primer caso, porque se decanta por una opción menos arriesgada en lugar de una con mayor utilidad esperada, y, sin embargo, opta por la D en el segundo caso porque prefiere una mayor utilidad esperada antes que una opción menos arriesgada.
¿Qué significa esto? Que los intentos de medir y enjaular el riesgo en un solo indicador no parecen exitosos o, lo que es lo mismo, que la toma racional de decisiones (obviando las emociones) contradice el comportamiento de la gente en la vida real. En la próxima ocasión les mostraré cuál ha sido el siguiente paso en el intento de medir el riesgo.