Mientras estoy pensando en qué escribiré hoy para esta columna, suena el WhatsApp. Miro. Una madre de la clase de mi hijo me ha incluido en un chat diciendo: «Perdona, pensé que estabas en el grupo» (mentira, ya sabía ella que no estaba, le estorbo para otras cosas, sin embargo para esto le debo de ser útil). «Estamos organizando —sigue— un regalo para las profesoras. Es por si quieres participar». Pienso. Pienso dos cosas seguidas, o mejor dicho, tres: primero, que a partir de ahora ese chat en el que me han incluido va a estar sonando toda la mañana con las posibles propuestas y precios de regalos y que no me va a dejar trabajar; segundo, que no quiero estar en ese grupo de madres que se dedican a pensar en regalos para las profesoras; y tercero, que no quiero hacer un regalo a las profesoras que han sido especialmente bordes y desatentas con mi hijo durante todo el curso. Y, sin embargo, contesto: «Muy bien, contad conmigo». ¿Por qué he hecho eso?, me digo con el móvil todavía entre las manos. ¿Por qué nos tiramos la vida siendo como no queremos ser?
Hay una escena de una película, El Pacto, que puede verse en Filmin, sobre la relación entre Isak Dinesen y un joven escritor que va a visitarla a su casa. Dinesen ya ha publicado Memorias de África, el libro que le haría famosa mundialmente y la convertiría en centro de la vida cultural danesa, y se ha ofrecido a ayudarle en su carrera a cambio de que él viva en su casa. En el primer encuentro que tienen, él, que no desea otra cosa que agradar y caer bien, no hace más que adularla. Mientras no para de decir cuánto la admira y lo feliz que está ahí, entre todos esos objetos traídos de África, vemos que a ella se le tuerce el gesto. Cuando el escritor, perplejo ante esta reacción, pregunta si ha dicho algo malo, ella contesta con lo siguiente: «Cuando estaba en África, las gentes entendían que su grandeza residía en su interior. Pero aquí ocurre todo lo contrario. Todos los blancos albergan un miedo que no puedo soportar, y es el miedo a no caer bien. En lugar de hacer lo que quieren, tratan de halagar a otras personas». Más adelante, vemos que el joven escritor, contagiado por esa filosofía de vida, empieza también a hacer lo que le da la gana, cosa que no resulta ser tan fácil, y que esa espontaneidad a veces tiene consecuencias nefastas.
Dice Andy Stalman, experto en branding, que la distancia entre lo que somos y lo que queremos ser es lo que hacemos. Lo que al final he hecho hoy es decir que no quiero participar en ese regalo, y de paso que me saquen de ese chat de madres aburridas. No me arrepiento, pero seguro que esto también tendrá sus consecuencias.