Precampaña y poscampaña a la vez. Ilusionismo y real politik en el mismo plano. Tiemblan las costuras del multiverso al superponerse pactos ominosos y promesas de un futuro mejor. Colisionan los «voy a hacer» con los «he hecho». Desmoraliza la omnipresencia de los apóstoles del falso y facilón «cualquier tiempo pasado fue mejor». Y espanta la facilidad con la que rancios censores dan un paso al frente, alzan, autoritarios y solemnes, sus brazos, y sacan la rebarbadora.
Va un simple policía local de Murcia y decide que es delito enseñar unos pechos en un concierto. Y manda parar. Porque él lo vale. Las redes ardieron. El agente tenía el calendario parado en 1950, cuando las únicas libertades en España las disfrutaba la camarilla de ese inútil y persistente dictador llamado Franco y se pasaba mucha hambre. ¿Hace falta preguntar cuáles son las simpatías políticas del inspector?
Tampoco se precisa mucha ciencia para multiplicar dos por diez y atar cabos sobre lo que ocurrió en Valdemorillo, Madrid. Alguien consideró que era buena idea cederle Cultura a Vox. Y se lio parda. La primera acción de calado de los ultras fue rechazar la representación del Orlando de la magnífica Virginia Woolf. En esa obra de la escritora británica (1882-1941) el protagonista pasa de ser hombre a mujer. El gobierno municipal niega un «veto ideológico» y habla de problemas presupuestarios. Era boa se colara.