
La mentira es mucho más habitual de lo que creemos. Todos conocemos a personas mentirosas. Un tipo especial es el mentiroso patológico. Es el más persistente y el que produce más daño. Para él mentir es lo normal. Si lo descubren, lo niega. Es una persona que está entre la normalidad, la maldad y la psicopatología.
Se lleva tiempo discutiendo si este es un trastorno clínico. Se ven en la clínica, como casos puros o parte de otro trastorno clínico (ejemplo, trastorno narcisista, antisocial, o adictivo). Muchos mentirosos triunfan socialmente. Lo que afirman es tan convincente, dicho con tanta seguridad, que parece cierto. Les gusta la notoriedad, la grandiosidad, darse importancia y manipular a los demás. Tienen una gran tolerancia a la frustración y al desánimo. Son insensibles y duros. Cuando se descubre su mentira se readaptan, niegan lo dicho y ponen en marcha un nuevo plan de mentiras. Tienen un optimismo patológico e irracional en su mundo de mentiras. Unos mienten por su impulsividad. Otros carecen de control sobre mentir y les lleva a hacerlo sin motivo que lo justifique.
Hay dos tipos de estos mentirosos. El que pasa por normal, y nunca lo han desenmascarado, o sus mentiras no le han tenido graves consecuencias. Pueden incluso llegar a puestos relevantes a nivel profesional, empresarial, político, o social. Han mentido siempre y obtenido claras ventajas, y ninguno o escasos costes. Son fríos, saben engañar. Disfrutan mintiendo. La mayoría de estos son inteligentes. Por ejemplo, algún empresario famoso ha mantenido sus mentiras durante años, sin asumir ningún tipo de evidencia, incluso habiendo arruinado a su empresa, estar en impagos, etcétera. Con frecuencia, tienen un trastorno asociado, como de personalidad narcisista o antisocial.
El segundo tipo es el que lleva mintiendo toda su vida y obtiene un claro beneficio, económico o de otro tipo. Persiste en su conducta una y otra vez, sin preocuparle las consecuencias de ser descubierto. Si ocurre, lo negará todo. Está convencido de que eso que hace es lo normal. No se siente culpable. No aprende de las penalizaciones que recibe de sus engaños. Vuelve una y otra vez a reincidir en la mentira. Estos mentirosos, cuando pasan temporadas en la cárcel, al salir, vuelven de nuevo a hacer de la mentira su modo de vida, sabiendo que lo que hacen es delictivo. A veces son estafadores. Son insensibles emocionalmente. Si lo descubren, con una mentira evidente, o ya saben que es un mentiroso, persiste en ella una y otra vez. Saca un gran provecho de mentir. Es su forma de vida. No cambia a pesar de la evidencia, de las pruebas, de los hechos, de las sanciones que ha tenido.
Cuando llegan a una situación límite, cuando ya todos saben que es un mentiroso, y no tienen escapatoria, suelen sentirse angustiados, mal, desesperados. Los han desenmascarado. Se les cae el mundo que habían construido en su cabeza y con las personas de su entorno. En este caso, algunos buscan ayuda profesional.
Por desgracia, no es fácil detectar a los mentirosos patológicos. En la clínica es más fácil, pero difícil en el contexto personal y social. Esa persona nos puede engañar durante semanas, meses o años. O toda la vida. El daño que hacen a otras personas es enorme. Se detectan cuando las mentiras son compulsivas: miente sin parar, una y otra vez, de tal modo que en poco tiempo la mayoría de los que le rodean empiezan a notar que algo raro ocurre, que es muy fantasioso, que no es seguro que diga siempre la verdad, que hay cosas que no cuadran. De este modo, en poco tiempo, los que le rodean se dan cuenta de que miente, de que no es una persona fiable en lo que dice o hace. Seguro que le viene a la cabeza algún caso cercano.
Queda claro, por todo lo dicho, que cuando una persona detecta a un mentiroso lo que quiere es estar lo más lejos de él.