Y pasó el arado
OPINIÓN

Al comienzo de la siembra preparábamos la tierra, las semillas y el arado. No se esperaba que esta siembra fuese radicalmente distinta a las anteriores. Esta cohorte de estudiantes que llegan al final de sus estudios ha pasado por las inclemencias de una pandemia, más fuerte aún, que las tempestades y demás inclemencias del tiempo que siempre acechan a los trabajadores del campo y de la mar.Admiramos en los estudiantes de esta promoción de la pandemia su lucha contra la adversidad, su resistencia frente a la enfermedad, su fortaleza emocional de los que perdieron algún ser querido, su capacidad de adaptación para estudiar en la soledad de una pantalla o un ordenador, su disciplina y su inteligencia capaz de trascender los mensajes difusos, a veces discordantes y siempre inquietantes, en un mundo que se enfrenta a un torrente de cambios con el trasfondo de una naturaleza gravemente herida.
Al celebrar vuestros logros académicos, estudiantes de las cuatro universidades de Galicia, destaco unas palabras del filósofo argelino-francés Albert Camus, en su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1957: «Sin duda, cada generación se siente llamada a reformar el mundo. La mía sabe que no lo reformará, pero su tarea quizás sea aún mayor. Consiste en evitar que el mundo se destruya a sí mismo».
Esto lo decía Camus mientras el mundo se estremecía ante la posibilidad de una guerra nuclear. La amenaza sigue intacta y los problemas son todavía más acuciantes: sabemos con certeza que para nuestra supervivencia necesitamos cada vez más de la ciencia y la tecnología, pero a la vez sentimos que muchos de nuestros problemas se derivan del mal uso que los seres humanos hemos hecho de ellas. La inteligencia artificial empieza a reemplazar con trabajo barato a los trabajadores, con consecuencias similares para millones de personas, a no ser que quieran y puedan prepararse para el cambio. Al mismo tiempo, los mismos creadores de la inteligencia artificial, nos advierten de la amenaza que supone para toda la humanidad, la posibilidad de que esta impresionante creación humana, siga evolucionando por su cuenta y, al obedecer a su propio imperativo evolutivo, termine por someter o destruir la civilización que hemos creado.
Pero este panorama pesimista no es toda la verdad. Debemos ser optimistas. Científicos, filósofos, intelectuales, empresarios y políticos comprenden la magnitud de esta nueva revolución exponencial y la responsabilidad ética ineludible de encauzarla, utilizando las herramientas que nos brindan la ciencia y la tecnología, encauzarla repito, de forma que podamos construir un futuro, que ya hemos empezado a vislumbrar, donde sea posible erradicar las enfermedades hasta ahora incurables, fabricar viviendas cómodas y acogedoras a precios accesibles para todos, brindar seguridad y disfrute durante el tiempo libre y diseñar una educación para la paz, para la convivencia, donde ningún talento se pierda y ninguna ambición de conocer quede sin atender. Pero esto requiere que toda la sociedad contribuya al bienestar general, que todos sus ciudadanos puedan encontrar trabajo digno y que no ocurra el que una parte de la sociedad trabaja, mientras que otra parte se recrea en el subsidio y la procrastinación. Para que nadie exija derechos, sino cumple con sus deberes.
Todo eso representa sueños posibles mientras no olvidemos el valor del corazón humano y no dejemos de lado la conducta ética, que en resumidas cuentas es la conducta que nos mueve a eliminar el dolor y la injusticia del mundo.
Siempre he insistido, y en estos confusos tiempos es necesario remarcarlo más que nunca: el futuro de la humanidad depende más de la educación del corazón, que de la educación científica y tecnológica. Sin la educación afectiva terminaremos adorando falsos dioses, o, como lo expresa acertadamente Yuval Harari en su libro Homo Deus, terminaremos construyendo un mundo donde no haya un lugar para nosotros. Porque allí donde no haya lugar para la compasión, para el arte, para la poesía y la importancia del espíritu en nuestras vidas, homo sapiens no solo dejará de ser sabio, que es lo que sapiens significa, sino que dejará de ser humano.
Vosotros, los jóvenes de hoy, como decía Camus, estáis llamados a impedir que los valores del espíritu se pierdan en un mundo despiadado en el que sobrevivir será una tarea feroz donde las máquinas en vez de ser objetos serán sujetos que nos esclavizarán. En vuestra breve vida, habéis sido testigos de más cambios que los que presenciaron vuestros abuelos en setenta, ochenta o noventa años de existencia. Habéis visto surgir guerras, el horror del terrorismo, los avances portentosos de la ciencia e innumerables instrumentos electrónicos. Pero en ese vertiginoso mundo habéis tenido la guía de la familia y de la escuela, que os han hecho comprender las limitaciones emocionales de este nuevo mundo en el cual habéis nacido.
Sabéis que la educación que habéis recibido os ha preparado para seguir aprendiendo en constante transformación porque el aprendizaje para toda la vida es la nueva norma en este mundo de avances geométricos. Habéis reconocido que el conocimiento es poder para transformar. Así mismo, habéis experimentado la desilusión y el desaliento ante los problemas del mundo y del país.
Tal vez habéis intuido que necesitamos una ética en el ámbito de gobierno, de instituciones e individuos. Estoy seguro de que podéis contribuir con mejores soluciones a los problemas humanos si tenéis en cuenta que no estamos en este mundo para ser felices, sino para merecer serlo. No vale la pena ser feliz dando la espalda a los que van a quedar desamparados por la falta de oportunidades de trabajo. No vale la ideología narcisista del yo primero, porque es una filosofía suicida en un mundo cada vez más transparente y donde más gente puede organizarse a través de las redes sociales y otros medios. No vale ceder ante las personas egocéntricas que se burlan de los sentimientos nobles, como la compasión y la preocupación por los débiles o por la fragilidad del medio ambiente, porque son ellos los que socavan los principios en que se basan las sociedades democráticas. Vale la pena pelear con las armas de la razón, contra aquellos que quieren atropellar los valores éticos y la responsabilidad social para que nada impida su ascenso hacia el poder autocrático y destructivo de cualquier índole.
Creo profundamente en la juventud de mi país, de esta tierra gallega, que es tierra universal de la emigración y creo, con el futurólogo Mal Fletcher, «que nada es más peligroso para el futuro de una sociedad que permitir que su juventud envejezca antes de tiempo». Es más, creo que es un deber de los seres humanos de esta época, jóvenes o viejos, impedir que envejezcan el corazón y el cerebro con el veneno de la indiferencia o el terror ante los cambios.
Recuerdo unos versos de Pablo Neruda, un poeta muy amado de mi generación que, como forma de despedida, dicen con dolor:
Tú serás del que te ame,
Del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.
Hoy, cuando pasa el arado y recogemos los frutos cultivados, mi deseo es que nadie corte en vuestra vida, los valores admirables y eternos que en vuestra alma han sembrado los que os aman.
(Mensaje a los graduados del grupo de la pandemia —2019-2023— de las cuatro universidades gallegas).