Da la sensación de que todos nuestros políticos se afanan, con inusitado entusiasmo, en politizarlo todo ante las próximas elecciones, cada uno en favor de sus propios intereses, como se puede observar. De hecho, el debate televisado el pasado jueves ya solo sirvió para repetir cantinelas. En este punto, la fórmula dialéctica es muy simple: identificar la posición partidaria con una supuesta voluntad popular cuya existencia ellos acreditan como mayoritaria y con la que dicen coincidir a fondo.
Es esta una cualidad que figura compartida por el conjunto de los partidos, todos ellos al parecer decididos a politizar aún más la vida cotidiana como una parte esencial de nuestra realidad. En caso de duda al respecto, que se lo pregunten al presidente del CIS, José Félix Tezanos, que tiene una acreditada vocación de servicio.
La pasión por politizarlo todo lleva a cada partido a lanzar continuos órdagos y programas de máximos que, en vez de vertebrar políticamente el Estado, parecen optar por buscar identidades fragmentadoras, difíciles de conciliar o compartir. Así, cada uno avanza en la dirección que cree más conveniente para sus propósitos y sin apenas sentido de Estado.
Es verdad que este circo tiene sus propias características, según la posición de cada fuerza, pero todos albergan el mismo propósito, aunque afrontado desde posiciones e intereses muy diferentes. Porque es verdad que solo coinciden en su afán de conseguir una victoria o, cuando menos, una amplia mejoría de su posición electoral.
Es cierto que cada fuerza política tiene su particular estrategia, con frecuentes intercambios de órdagos, pero, paradójicamente, esa «batalla dialéctica» está más condicionada por lo que se quiere conseguir que por lo que en realidad se tiene o se ofrece, alimentando en muchos casos posiciones extremas como anzuelos para captar votos.
Y en ello estamos: politizándolo todo para intentar obtener unos votos que todavía no han aterrizado y que pueden ir a parar a cualquier parte. Porque todos los discursos son distintos, naturalmente, pero persiguen lo mismo, en términos de resultados electorales.
Lo ideal sería que estuviésemos ante unos programas claros e inequívocos. Pero no parece que vayamos a vivir en ese escenario. Porque cada uno tiene ya sus analistas y consejeros al servicio de los nobilísimos propósitos que los guían. Y así seguiremos hasta que conozcamos los resultados electorales, que despejarán las incógnitas. Nada nuevo bajo el sol, pues.