Mañana toca volver al colegio en pleno verano. No sé si recuerdan que la precampaña de esta convocatoria electoral empezó el 29 de mayo con el presidente del Gobierno llamando a las urnas y acusando a los medios de comunicación de la abultada derrota que acababa de sufrir en las municipales y autonómicas. Algunos dijeron que ese proceder le acercaba a los modos de Trump. Otros le pidieron nombres de empresas y de periodistas. No los dio. Tampoco cuando se los solicitó Carlos Alsina (Onda Cero) en directo. Por aquella entrevista, unos acusaron a Alsina de hostil y parcial y otros le consideraron blando. También ciertos compañeros de profesión. Angels Barceló, desde los micrófonos de la SER, protagonizó el ataque quizá más conocido. Les llegó luego el turno a Vicente Vallés y a Ana Pastor por moderar el debate entre Sánchez y Feijoo. También le cayó lo suyo a Ferreras. Y esta semana le tocó a Silvia Intxaurrondo, a la que conozco desde que, a sus 17 o 18 años, empezó a estudiar Periodismo en Navarra. Recuerdo cuando me trajo su primera entrevista para que le diera mi parecer. Me entregó también la cinta de la conversación. No conseguí devolvérsela (me vine para aquí) y me parece que todavía la guardo. Aquella rapaza tenía una fuerza y unas ganas que agudizaban una inteligencia despierta en la que se fijó muy pronto otro antiguo estudiante y profesor de Navarra: Iñaki Gabilondo.
No me apena ni me extraña que los políticos se metan con Silvia o con Alsina. Tienden a pensar que los periodistas deben atenerse a un papel sencillo: repetir lo que ellos digan, con independencia de lo que digan, y dejar a sus audiencias desprotegidas. Lo raro es que haya periodistas que piensen lo mismo.