La RAE define el chiste como una ocurrencia aguda, graciosa y breve, que se apoya en un juego de palabras que genera risa.
El chiste más viejo del mundo está redactado en unas tablillas del período babilónico fechadas alrededor del año 1900 a. C. y reza lo siguiente: «Existe un hecho que nunca ha tenido lugar: que una mujer joven no se haya tirado un pedo en el regazo de su marido». Los chistes de pedos no solo supusieron el nacimiento del humor escrito, sino que nunca pasaron de moda.
El segundo chiste más viejo del mundo es una coña del Antiguo Egipto, fechada en el 1600 a. C. Una bromita dirigida a lo salido que andaba el faraón Seneferu: «¿Cómo entretienes a un faraón aburrido? Fletando en el Nilo un barco lleno de mujeres jóvenes vestidas tan solo con redes de pesca, y animando al faraón a ir a pescar».
En su obra El chiste y su relación con el inconsciente (1905), Freud describe el chiste como una de las vías de acceso al inconsciente, analizando las motivaciones que hay detrás de los chistes cotidianos que nos hacen reír. Hay dos tipos de chistes: el inocente sin mayor motivación que la de hacer gala de ingenio, y el tendencioso, aquel que está motivado por un impulso hostil.
Los chistes tendenciosos suelen dirigirse a una figura de poder o una ideología, son una forma «políticamente correcta» de agredir. Los chistes y la risa cumplen un papel civilizador. En lugar de transgredir los tabúes del sexo, se inventan los «chistes verdes». En lugar de insultar directamente al otro, se emplea una frase chistosa como «¡que te vote Txapote!». El problema estuvo cuando la ocurrencia chistosa alcanzó la categoría de «lema».
Ahí perdió la gracia y perdieron las elecciones.