Ucrania, la guerra estancada

José Enrique de Ayala Marín ANALISTA DE LA FUNDACIÓN ALTERNATIVAS

OPINIÓN

María Pedreda

31 jul 2023 . Actualizado a las 22:45 h.

La tan esperada contraofensiva ucraniana no cumple por ahora las expectativas que se habían puesto en ella. Las fuerzas acorazadas ucranianas —sin superioridad aérea— se estrellan contra la letal combinación de campos de minas y helicópteros de ataque rusos, y apenas han conseguido avanzar algunos kilómetros en las zonas ocupadas de Donetsk y Zaporiyia, a costa de enormes bajas de combatientes y material, después de casi dos meses de ofensiva. Necesitan más municiones de las que Occidente puede producir, y más tanques y aviones, que tardarán meses en llegar. La esperanza de un ataque decisivo no ha desaparecido, pero se hace más débil cada semana que pasa.

Simultáneamente, los contendientes —sobre todo Rusia— atacan las retaguardias sin cesar, con drones y misiles, causando víctimas civiles y daños en las infraestructuras. Estas acciones no van a llevar a la victoria ni a la derrota de ninguno de los dos, ni siquiera van a facilitarlas. Su única intención es causar un efecto psicológico, de refuerzo en el bando propio y disuasivo en el contrario.

Como represalia por los ataques en su territorio y para forzar algún levantamiento de sanciones, Rusia no ha renovado el acuerdo para la exportación de grano ucraniano, y está bombardeando los puertos y almacenes ucranianos en el mar Negro y en el Danubio. La exportación se hace más difícil y más cara, en perjuicio de Ucrania, pero también de numerosos países del sur global que se nutren de su grano y que hasta ahora apoyaban a Rusia o eran neutrales. Putin les va a compensar entregándoles trigo ruso gratis.

Ambos bandos saben que esta se ha convertido en una guerra de resistencia, y el que más tarde en bajar los brazos ganará, por eso van a intentar aguantar mientras les sea posible. Vladimir Putin debe ser consciente de que la invasión fue un error colosal que le va a costar caro a su país, pero ya no puede retroceder, porque una derrota total supondría su fin y, tal vez, el de la Federación Rusa tal como existe ahora, y solo cederá cuando su capacidad militar-industrial se agote. Ucrania ha sufrido tanto, ha sacrificado tantas vidas y recursos, que no puede conformarse sin una victoria, que Volodímir Zelenski desea absoluta, y solo cederá si sus aliados dejan de suministrarle armas y dinero. Mientras ambos piensen que aún pueden ganar, no habrá paz, ni tampoco mientras los dos crean que no se pueden permitir perder.

No obstante, la guerra no puede durar siempre. Rusia ha encajado bien las sanciones, hasta ahora, pero a largo plazo su repercusión será más dura y alcanzará a la población, con la consiguiente disminución del apoyo a la guerra y a Putin. Además, va a sufrir graves problemas para reponer sus armas, especialmente las más sofisticadas, por falta de componentes de alta tecnología, aunque todavía tiene mucho potencial. Ucrania había recibido de los países que la apoyan, hasta finales de mayo, más de 85.000 millones de dólares en ayuda militar, y otro tanto en ayuda financiera y humanitaria. Este esfuerzo no se puede mantener durante años y, en todo caso, los combatientes los pone solo Ucrania y también tienen un límite, como lo tiene la capacidad de sufrimiento de su población. Su única esperanza es que se produjera un terremoto político en Moscú o que el ejército ruso se negara a combatir, y ambas cosas son muy improbables. Puede recuperar parte de su territorio, pero no tiene posibilidades de una victoria total, ni puede permitirse combatir el tiempo suficiente como para agotar a Rusia.

En estas circunstancias, ¿qué sentido tiene prolongar la guerra? La comunidad internacional —los países occidentales del lado de Ucrania, y China, India, Brasil y otros presionando a Rusia— tiene que ponerse a trabajar ya para iniciar negociaciones de paz que conduzcan a un acuerdo lo menos lesivo posible para Ucrania, y ponga fin a tanto dolor, muerte y destrucción. Si la ayuda no es suficiente para hacerlos vencer, este sería tal vez el mayor favor que se les podría hacer ahora a los ucranianos, aunque ellos todavía no lo quieran.