El fracaso de Vox en las elecciones generales ha generado una profunda crisis entre sus élites, que se acusan mutuamente de ser la razón de los malos resultados. La búsqueda de culpables, la responsabilidad del fracaso, es una de las prácticas preferidas por los militantes de los partidos y, especialmente, por las élites enfrentadas de los mismos. Porque en los partidos, en todos los partidos, siempre hay élites dominantes de la organización y élites alternativas, aunque en algunos esto se note más en la construcción unitaria de la organización y en otros menos.
Generalmente, el hecho de que un partido tenga más apariencia de unidad que otro depende de la fuerza de su liderazgo, de la ideología, de las posiciones institucionales de las élites alternativas, y de la propia cultura organizativa. En nuestro tiempo, la unidad es además, para los electores, la mayor expresión de la fortaleza del liderazgo y la simplificación del relato del partido.
Vox es de esos partidos que por estas cuatro razones —fortaleza del liderazgo, ideología, ausencia de élites institucionales y cultura organizativa— muestra una apariencia de unidad extrema, no hay disidencias. Pero desde la marcha de Macarena Olona algo andaba mal en la organización; no se trata solo de esa vinculación al Opus Dei de Jorge Buxadé, que tanto se ha resaltado, memoria de ese tardofranquismo proteccionista y neoconservador, enfrentado al neoliberalismo de Espinosa de los Monteros; se trata de un horizonte estratégico en lo político, en la definición de los objetivos, alternativo al que hubiera hasta las elecciones andaluzas. Y eso habla del propio Abascal.
Vox quiere gobernar, Abascal quiso ser vicepresidente, y estaba dispuesto a perder media organización para conseguir ese objetivo. Por eso dijo Olona a Juanma Moreno aquello de que si le faltaba un solo diputado no gobernaría; por eso votó Vox contra la investidura de López Miras, aún a sabiendas de que le costaría más de media docena de diputados en el Congreso, y por eso también apareció Abascal tan cabreado la noche electoral culpando a Feijoo.
Abascal se jugó su partido por el Gobierno de España, y no le salió. Y por mucho que ahora se abra de carnes para ofrecerle a Feijoo su apoyo incondicional, los votantes de derecha ya saben que la única salida centrípeta al PSOE es el PP. Quizá Feijoo haya sufrido su más severa e inesperada derrota en estas elecciones, pero el PP ha avanzado mucho en la recuperación de la unidad de los votantes de derecha, y eso lo sabe Abascal.
La marcha de Espinosa de los Monteros es la constatación de que Vox no cree en el Gobierno de Feijoo, de que el tiempo protagónico de la organización extremista está llegando a su fin, y de que en España, salvo que alguien quiera reeditar el conflicto catalán a base de agitarlo, la ciudadanía de extrema derecha es minoritaria, aunque muchos la hayan votado para expresar su enfado; por eso acabarán siendo un grupo radical y minoritario. Y para eso, van en buena dirección.