Se pinta de azul la ardora en el horizonte de la mar. De azul indolente y anochecido, con latidos que dejan navegar a las diástoles y a las sístoles del verano. Miles de estrellas fugaces cruzan veloces el cielo en la noche de San Lorenzo, que preludia el ferragosto que divide el mes en dos mitades. Y el estío comienza su cuesta abajo. La noche instala poco a poco su vecindad de sombras.
Suena agosto a verbena en las plazas de los pueblos, a la partitura que interpreta una cumbia, y es la música la banda sonora en el campo de la fiesta.
De verde y oro como un ajado traje de luces es el color de la mañana, de procesión y sesión vermú, de día del patrón, de abrazo que subraya los recuerdos y de adioses de despedida. Por las cuatro esquinas, por la alameda y por el malecón, comienzan a doblarse los pliegues del verano. Su corazón recuperó la risa y el llanto, el cuándo llegaste y el cuándo te vas, y el día es un torbellino arremolinado de brisas.
Suenan las dos en el reloj de la torre, y el campanín del convento de las monjas le hace el contracanto. Y al cronista del tiempo le da un ataque de lirismo que no sabe si quedarse con el guion de la nostalgia o escuchar los compases de la melancolía. Y la mar como si tal cosa, envuelta en silencios de plata que se aquietan para no enturbiar a la marea que huye. La luna se deja ver y otra vez las perseidas te regalan un deseo que pospones para encontrarte de nuevo en el corazón de otro verano por venir, así que se suceda la rueda de los días y vuelva a ser agosto.
El verano cabe en un par de líneas de un artículo escasamente alambicado, en un alalá que suena en la memoria feliz de los días grandes de infinita sobremesa. El corazón veraniego es de licor café y de gin-tonic, de Leonard Cohen y de Bob Dylan, de canciones eternas, de boleros y de valses nupciales.
Y el sol se exhibe descarado, dejándose ver tendido en la arena de la playa, y recuperas fotogramas dispersos de viejas películas escritas en los libros que firmaron Borges o Cunqueiro cuando el verano de su corazón era una promesa incumplida que se dejó ver cuando supimos que habitaba el esplendor en la hierba. Y así fue escribiendo su lejanía, yéndose agosto a traición, para dejarle sitio al corazón tibio de septiembre.